martes, 17 de enero de 2012

SÉPTIMA ESTACIÓN: EL ARTE

Tened la merced de alumbrarme, ¡oh musas!, necesito inspiración, no me sale una palabra en la séptima estación. Es que con tanto maestro rodeando vuestro claustro, tengo yo mis neuronas que parecen de alabastro. ¡Ay, qué pena, qué dolor!, a ver como salgo yo airosa de esta triste situación.


Tres cuartas partes de los domicilios sevillanos en la época de Velázquez contaban con una media de 23 cuadros por familia. Sevilla era junto con la corte, uno de los centros más activos en cuanto al coleccionismo de pintura. Muchas obras eran llevadas a América en los barcos que salían hacia las Indias.

En el taller de Pacheco, Velázquez convivió con otros aprendices con los que compartió amistad y recetas de pintura. Entre ellos estaba Francisco López Caro, Alonso Cano o Francisco Terrones. Y, aunque no se formó con Pacheco, Diego trabó amistad con otro joven aprendiz de artista de su misma edad: el extremeño Zurbarán, el pintor de la vida monacal.

La etapa de aprendizaje de Velázquez transcurrió dibujando del natural y estudiando las pinturas flamencas e italianas de los maestros afincados en Sevilla, en ese inmenso taller que debía ser la Catedral. Dice Cervantes que "los buenos pintores imitaban a la naturaleza, los malos la vomitaban". Indudablemente Velázquez fue de los primeros. Su aprendizaje finalizó el 14 de marzo de 1617, fecha en la que Diego Velázquez se examinó como pintor ante Juan de Uceda y Francisco Pacheco, quedando capacitado para abrir tienda y recibir aprendices. En 1620 admite como discípulo a Diego Melgar, aunque un año más tarde éste rompe su contrato. Quizás ya estaba pensando irse a Madrid. Su taller no debió ser muy grande, ya que no se tienen noticias de que tuviera una gran demanda de obras. Sus obras sevillanas son escasas en número y proporciones. En 1623, Diego se marcha a Madrid. Un año más tarde le sigue su maestro y suegro. Su taller se lo alquiló a Alonso Cano.

ESTACIÓN DE PENITENCIA:
Museo de Bellas Artes. No te preocupes porque te demos un palizón artístico, sólo visitaremos las salas del siglo XVII. Aunque tienes que saber que el Museo se ubica en la plaza que lleva su nombre, presidida por una escultura dedicada a Bartolomé Esteban Murillo. Es un museo fundamental para conocer tanto la pintura barroca sevillana, especialmente de Zurbarán, Murillo y Valdés Leal, como la pintura andaluza del siglo XIX.

El edificio se construyó en un principio como convento para la Orden de la Merced Calzada de la Asunción, fundada por San Pedro Nolasco en época de Fernando III. Este rey, tras la reconquista de la ciudad, cedió unas tierras con la finalidad de levantar el edificio conventual, que por la época de su construcción era de estilo mudéjar.

Tras unas remodelación en el siglo XVII promovida por Fray Alonso de Monroy (General de la Orden desde 1602) y ejecutadas por el arquitecto y escultor Juan de Oviedo y de la Bandera a partir de 1603, se comienza el edificio que actualmente contemplamos, después de derribar el antiguo Convento que ocupaba el solar, terminándose la obra principal en 1612, si bien la obra no concluyó definitivamente hasta 50 años más tarde, resultando de ello un edificio de estilo manierista andaluz, del que es uno de sus principales referentes.

En 1625, el dramaturgo Tirso de Molina, perteneciente a la Orden de la Merced, fue desterrado de Madrid a Sevilla por dictamen de la Junta de Reformación, residiendo en este Convento. La Orden fue expulsada en 1835, tras la desamortización de Mendizábal.

En 1839 pasó a ser museo. Desde esa fecha ha sido modificado estructuralmente en tres ocasiones: entre 1868 y 1898 se restauraron las arquerías y muros del piso primero, el solado de los claustros y alicatado con azulejos de otros conventos desamortizados; por segunda vez se retocó entre 1942 y 1945, se actuó sobre la antigua sacristía, que pasó a convertirse en el patio de las Conchas y sobre la fachada principal, que cambió de lugar, cerrándose la portada barroca por la que se accedía anteriormente. La tercera vez fue entre 1985 y 1993, que se rehabilitó en su totalidad y se acondicionó para que sirviera como museo.

La portada es la primitiva del convento, pero estaba colocada en el extremo contrario del edificio y fue diseñada por Miguel de Quintana en 1729. Presenta arco de medio punto con un par de columnas pareadas a cada lado, que descansan sobre pedestales. Sobre la misma se abre una gran hornacina con las figuras de la Virgen de la Merced, San Pedro Nolasco, fundador de la Orden, y el rey Jaime I de Aragón, su protector. A ambos lados, dos columnas salomónicas, y sobre ella, a modo de remate, un frontón en cuyo centro se sitúa el escudo de la Orden de la Merced.

Dentro, veremos la obra de Pacheco de los Desposorios místicos de Santa Inés (1628), que procede de la Capilla del Santísimo de la Iglesia del Colegio de San Buenaventura de Sevilla. Es una de sus mejores pinturas. El artista representa una escena mística e íntima, aportándole ciertos detalles naturalistas como el suelo lleno de flores blancas, que evocan la pureza de la santa, la palma del martirio, el salterio con la página marcada y la pequeña silla claveteada de terciopelo rojo. El conjunto se encuentra bañado por una fuerte luminosidad que introduce lo divino en una escena mundana. Los pliegues quebrados de los ropajes, inspirados en grabados nórdicos, y la dureza y sequedad del tratamiento de las figuras, evidencian lo limitado del talento del artista que se encuentra en este momento en el apogeo de su carrera.

Del otro maestro que lo examinó, Juan de Uceda, está en el museo "La Trinidad en la tierra", pintado para el convento que estaba allí. Es de gran trascendencia espiritual, ya que el Niño lleva consigo la cruz simbólica de su futura pasión y muerte.

De Velázquez veremos el Retrato de Cristóbal Suárez de Ribera, clérigo sevillano fundador de una cofradía dedicada a San Hermenegildo, cuyo emblema aparece situado a la izquierda.
También podremos contemplar las obras de su amigo Zurbarán (1598-1664), pintor de origen extremeño se formó en Sevilla y en esta ciudad se estableció desde 1626, convirtiéndose en el artista preferido de las instituciones civiles y religiosas. Con la segunda generación de artistas del siglo XVII en la escuela sevillana se supera la tradición manierista y se impone el naturalismo. Esta evolución se evidencia en la obra de Zurbarán quien solía inspirarse en esquemas retardatarios e introduce elementos tomados directamente de la realidad. Pintor monástico por excelencia, son famosos los ciclos como el del Convento de la Merced fechado en 1628 del que sólo se conservan dos retratos realizados con la colaboración del taller, «San Carmelo» y «San Pedro Pascual». Tuvo numerosos seguidores. De uno de ellos, o quizás del taller con colaboración del maestro, son la serie de santas que, por el sentido compositivo de procesión, debieron ser concebidas para situarse en la nave del templo más que para ser dispuestas en un retablo.

5 comentarios:

Maria-Norte dijo...

Séptima Estación: LLevar pastillas ( si existen) para tratar el Síndrome de Stendhal.

"Se dice que Stendhal, en el año 1817, relató en su diario que después de visitar la iglesia de Santa Croce experimentó unos síntomas muy desagradables a los que nadie podía dar una explicación coherente. Según sus notas, Stendhal notó una ansiedad repentina, una sensación de ahogo y la pérdida de todas las referencias espaciales.


Curiosamente este fenómeno continúa ocurriendo en las grandes ciudades del arte, aquejando a todas las personas que se dejan impresionar ante una gran obra de arte.


En la década de los ’80 del siglo pasado la psiquiatra florentina Graziella Magherini acuñó el término Síndrome de Stendhal para hacer referencia a este estado de ansiedad que invadía a los turistas después de visitar una ciudad donde el arte realmente impresiona, como Florencia. Así, el Síndrome de Stendhal también es conocido como la enfermedad de los museos debido a que es el sitio más frecuente donde suele evidenciarse".

Maria-Norte dijo...

Airosa, nó, VOLANDO has salido de esta situación

Marga dijo...

Pues ya puestas, y en vista de las pocas obras de Velázquez que hay en Sevilla, podíamos hacer otra estación, la de Santa Justa, y plantarnos en el Prado. Y así aprovechamos la caja de pastillas.

La Trashumante dijo...

¡¡¡¡eso, eso, vámonos al Prado!!!!

Cristina dijo...

Vamos a crear nosotras el síndrome de Velázquez, y la primera paciente, yo. Con deciros que esta mañana me creí que era maribárbola y me puse de rodillas y con los cachetes hinchados en medio de una reunión... ¡ayyyyy!