domingo, 15 de enero de 2012

QUINTA ESTACIÓN: LA GLORIA

"Gloria, gloria, gloria al que se alza en su peana, y bajo el que la moto aparco cada mañana. Gloria al que con los pinceles nos animó a vestirnos con cartones y a pasear la ciudad que a le inspiró. Y danos fuerzas, señor, para llegar a nuestro destino sin apenarte. Muéstranos, con tu bondad infinita, un camino que nos libre de las garras de Zara y de los dulces de la Campana.

 
Llegaremos a la Plaza del Duque, donde está su monumento rodeado de palomas (y de consumidores que acuden al Cortinglé). Es obra del escultor sevillano Antonio Susillo.

Antonio Susillo (1857-1896) es uno de esos artistas geniales a los que la Historia del Arte no ha ubicado en el lugar que se merecen, tal vez por su repentina muerte o quizás por haber nacido en Sevilla, ciudad que a pesar de haber sido un foco cultural de primer orden un siglo antes, en la segunda mitad del siglo XIX se encontraba muy alejada de los grandes centros artísticos europeos como París o Roma.

Hijo de comerciantes, Susillo tenía poco interés hacia los asuntos comerciales, se entretenía realizando pequeñas figurillas de barro, un día la Duquesa de Montpensier, lo vio realizándolas en plena calle. Asombrada por su valía, lo tomó bajo su tutela y le costeó sus primeros estudios.
A los 18 años empezó a trabajar como discípulo en el taller del pintor José de la Vega. Posteriormente consiguió una beca para viajar por Europa, visitando París (donde estuvo estudiando en la Academia de Bellas Artes) y Roma.
A su vuelta a Sevilla ya era un escultor de éxito que incluso había trabajado para el Zar Nicolás II, al que realizó su retrato. Tanto gustó la obra de Susillo a Nicolás II que le alquiló un taller en París para que pudiera desarrollar el encargo que le había realizado.
El Ayuntamiento de Sevilla fue su principal cliente en cuanto a monumentos públicos. Susillo fue el primero en cultivar este género escultórico en la ciudad y dejó el listón tan alto que pocos le han superado. Suyos son los monumentos de Velázquez que centra la Plaza del Duque (en aquel momento la plaza estaba rodeada de palacios, un decorado mucho más monumental que el actual); la escultura de Daoiz de la Plaza de la Gavidia y el maravilloso Cristo de las Mieles, ubicado en la glorieta central del Cementerio de San Fernando y bajo cuyos pies reposan los restos del insigne escultor.
La infanta Maria Luisa de Montpensier le encargó en 1895 la serie de doce sevillanos ilustres que decoran la fachada este del palacio de San Telmo, residencia de los duques.
Su obra destaca por su realismo, por el movimiento y la fuerza que imprime a sus esculturas. Concibe sus obras como monumento a la grandiosidad de los personajes representados, pero no una grandiosidad irreal o artificial, sino que refleja la grandeza de su espíritu. El retrato de Miguel de Mañara que decora los Jardines de la Caridad refleja la humanidad y bondad del personaje, pero también a un hombre decidido y convencido de sus ideales, que dio su vida por los pobres y los necesitados. A Velázquez lo representa como a un genio, orgulloso de sí mismo pero consciente de sus limitaciones, por eso lo representa altivo, pero con gesto sereno, sabedor de su valía pero también de sus limitaciones como hombre. A Daoiz lo representa como a un héroe, orgulloso, pero con las idea claras, rostro sereno pero demostrando su fortaleza interior. Su Cristo de las Mieles es sencillamente magnífico, refleja al hombre que dio su vida por la Humanidad, pero antes que a un dios, representa a un hombre que está sufriendo como tal. Llama la atención en algunas figuras de Susillo la colocación de uno de los pies fuera del pedestal, como si la escultura quisiera salirse de su encorsetada ubicación, dando sensación de fuerza a las figuras y entablando una relación más directa con el público que la observa.
A pesar de su éxito y de su popularidad, la tragedia acabó posándose sobre él. El 22 de diciembre de 1896 se dirigió a la zona norte de la ciudad, San Jerónimo, y se suicidó disparándose en la cabeza. Un final muy romántico, pero que truncó la vida de este gran escultor con apenas 39 años, cuando aún tenía mucho que decir y podría haber entrado por la puerta grande en la Historia de la Escultura. Hay quién apunta que nunca superó la muerte de su primera esposa. Otros dicen que no soportaba las deudas que le ocasionaba su segunda esposa, que pretendía vivir como aristócrata pese a la condición de artista de Susillo. Nadie sabrá jamás por qué lo hizo. La Iglesia puso reparos para enterrarlo en suelo sagrado por haberse suicidado, y fue la propia infanta María Luisa la que con sus lágrimas convenció al arzobispo para que hiciera una excepción, enterrándose bajo el Cristo que él mismo había realizado.



2 comentarios:

Maria-Norte dijo...

No por favor que no nos libre de los dulces de La Campana, Ay esa terracita.....

zaradicta dijo...

...ni de las garras de Zara, por favor!!!
¿Acaso no buscamos la belleza, igual que el maestro? ¿No somos unas artistas en el arte de rebuscar? ¿No estudiamos texturas, colores y formas?
Por compasión,
un escaparate
para mayor diversión