Los ojos del hermano eterno me han puesto metafísica y meditabunda.
Antes de que el huracán del norte nos asolara, nos invadía la pereza (blogeramente hablando, claro, que sé que sois unas chicas muy ocupadas y nada perezosas). Esa palabra apareció en varios comentarios y flotaba en el ambiente... actas de enero en febrero, cenas de mayo en octubre, confirmaciones tardías que trasladan una cena peruana a un japonés, el misterioso silencio del viento de levante... y si me dejo llevar por mis ganas, también una lectora de febrero en marzo.
Pero mira por donde, nada más abrir nuestro libro "obligatorio" me encontré con este pensamiento de Bhagavalgita:
“no por evitar la acción se libra uno de hacer, así, ni por un momento, puede dejar de actuar.
¿Qué significa la acción? ¿Qué es la no acción? Estas preguntas son las que turban con frecuencia a los sabios.
Hay que poner toda la atención para obrar, hay que poner toda la atención para no obrar. Hay que estar atentos, porque en lo más profundo de la no acción también está la esencia del acto”
Y salí de mi letargo. Después de leer a Zweig dudé si era la pereza o la no acción lo que estaba entre nosotras.
Para intentar contestar a las preguntas que nos turbaban al sabio y a mí, puse toda mi atención (y mi acción) en buscar las causas que nos pueden llevar a la no acción. Como Virata, fui en busca de la sabiduría (un poco más terrenal que él, más frívola si queréis). Debo reconocer que me dio un poco de pereza emprender el camino... ¿o era desgana?, hasta que me encontré de sopetón con otra palabra, que hizo volar mi mente allende los tiempos, cuando este blog era un no parar de ingenio comunitario y la pereza sólo aparecía para saber su significado y jugar con él: PROCRASTINAR. Una palabra que viene del latín: pro, adelante, y crastinus, que significa referente al futuro. “¡Crastinus!, ¡se parece a mi nombre!. Procristinus: ¡Adelante, Cristinus!” —me dije yo a mí misma, más que nada para darme ánimos—. Procrastrinar es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras más irrelevantes y agradables, como “voy a voy a pasarme un ratito por el blog y luego hago la cena”...
Superando mi tedio, y procrastinando un poco, me he enterado que la palabra pereza viene del latín: acedia (¡anda, otra de las nuestras!), accidia, pigritia. Es la negligencia, o descuido, en realizar acciones, movimientos o trabajos. También se le conoce como gandulería, flojera, haraganería, holgazanería…
El cristianismo la considera como un vicio capital (¡contra la pereza, diligencia!, atronaría con su vozarrón nuestro consejero espiritual si lo tuviéramos).
Y dice la Wiki que todos los seres vivos que se mueven, tienden a no malgastar energías si no hay un beneficio, que no tiene por qué ser seguro e inmediato, puede ser algo probable o que se obtendrá en un futuro, como:
Perseguir una presa para comer
Asearse
Practicar cualquier tarea, para mejorar habilidades. Puede que sólo se haga por simple placer, que en realidad indica algún tipo de beneficio.
Hablar con los demás para establecer relaciones sociales.
Ayudar a los demás para establecer o mejorar las relaciones sociales.
Mantener relaciones sexuales
También nos dice que en el caso de los seres humanos (y otros animales), tenemos un cerebro muy grande que consume mucha energía (el 20% del total que necesita el cuerpo), tanto si se usa, como si no. No utilizarlo supone un desperdicio de energía. Para evitarlo, una sensación desagradable: el aburrimiento, evita dejar inactivo el cerebro, y otra agradable: la curiosidad, mueve al individuo a buscar algún tipo de actividad interesante, aunque no haya una necesidad inmediata. Las actividades no tienen por qué ser puramente mentales; sirve cualquiera en la que intervenga el cerebro, desde leer hasta hacer deporte (¿el Pilates es deporte?).
¡Qué curioso!
¡¡Gastamos la misma energía con el aburrimiento que con la curiosidad!!
A los que prefieren aburrirse se les llama vagos. Las causas para "no actuar" en estos casos (vuelvo a mr. Wiki) pueden ser variadas:
Falta de beneficio en relación al esfuerzo utilizado
Falta de reconocimiento en el trabajo o actividad realizada.
Falta de preparación para realizar la tarea.
Falta de motivación.
Monotonía laboral.
No reconocer los talentos.
Que sea una tarea penosa, que cause cualquier trastorno físico o mental, como dolor de espalda, dolor de cabeza o hastío.
En fin, estoy segura que todas nos nos aferramos a alguno de estos motivos, para no actuar, en muchas facetas de nuestras vidas, pero recordad, queridas hermanas eternas, que dijo Virarta que sólo quien es útil es libre: quien da su voluntad a otro y su energía a una labor.
Dice Jules Renard: La pereza no es más que el hábito de descansar antes de estar cansado.
La pereza está muy asociada a nuestros ratos de lectura... acción en la no acción... ¿Hay algo más agradable que tumbarse en un sofá, procrastrinando con un libro entre las manos? Dejar que las páginas sean las que marquen las horas con el tictac de las palabras… ¿no es un gustazo?
Una vez analizados todos estos factores, me fui a deambular, para despejarme, por mi pinacoteca de lectoras con arte, y descubrí que hay muchas perezosas entre ellas ¿Os acordáis de las dormilonas de la siesta de Sorolla? ¿Y a Vanessa Bell, con su dolce far niente sobre su sofá rojo de Bloomsbury? ¿y la perezosa lectora de rojo de Winslow Homer sobre la hierba?
Pues este mes he elegido otra, pintada por Carl LARSSON, ¿Qué por qué? porque como estoy perruna, me he visto más de una vez en la misma postura.
Pues eso, que como cada una ve lo que quiere en los cuadros, y porque para eso me curro yo la entrada (La soberbia, otro pecado capital: ¡contra la soberbia humildaaaad, hija mía!! diría quién ya sabemos), en éste me he visto a mi misma, cómodamente tumbada con la cabeza sobre unos mullidos almohadones suecos, con mi perro ronroneando perezoso sobre la manta que tapa mis piernas, añadiendo calor al calor, y utilizando el 20% de mi energía mental en conocer la vida de un sabio oriental que vivió en la mente de un austriaco que se suicidó en Brasil por culpa de un alemán que odiaba a los judíos.
¡Vamos, que lo único que me falta es el gato, pero cualquiera da ideas en mi zoocasa!
Como dijo el sabio, hay que poner toda la atención para obrar, hay que poner toda la atención para no obrar. Hay que estar atentos, porque en lo más profundo de la no acción también está la esencia del acto…
Carl Larsson (Estocolmo, 28 de mayo de 1853- Falun, 22 de enero de 1919) fue un pintor y diseñador de interiores sueco.
Su infancia fue un continuo ir y venir rodeado de miseria: sus padres carecían de ingresos económicos y apenas podían mantener a Carl y a su único hermano, Johan. Acudieron a una escuela para pobres. El cólera, la enfermedad, la vida en los barrios bajos y la suciedad eran constantes en el entorno del joven Larsson.
Por suerte, en 1866 tuvo la oportunidad de ir a la Academia de Arte de Estocolmo; en este curso preparatorio obtuvo hasta 12 medallas por su calidad como dibujante, pudiendo así optar a un curso de dibujo antiguo. En 1871, simultaneando sus estudios en la Academia, trabaja en el estudio fotográfico de los hermanos Roesler, y como dibujante en la revista humorística "Kasper".
Durante de la década de los 1960, realiza numerosas ilustraciones para libros; alrededor de 1877, tras viajar a París por primera vez, se ve sumido en la pobreza e incluso piensa en el suicidio.
Dos años después cambia su suerte al conocer a la que será su musa y gran apoyo moral para el resto de su vida, la también artista Karin Bergöö; después de casarse con ella, comienza a recibir encargos, como el de decorar el techo y las lunetas del Palacio Bolinder, en Blasieholmshammen; y realiza varios viajes por Suecia, Italia y Londres que ayudan a conformar su talante artístico.
En 1888 se establecen en la idílica Lilla Hyttnäs, una villa en Sundborn, aún hoy en pie, que reflejó innumerables veces en sus acuarelas, como símbolo de la felicidad familiar y de la prosperidad, premio a su infancia y adolescencia miserable y empobrecida.
Su estilo cautivó por la ternura que evocan sus numerosísimas ilustraciones, donde representaba a su esposa y a los siete hijos que tuvo con ella: Suzanne, Ulf, Pontus, Lisbeth, Brita, Kersti y Esbjörn, nacido en 1900. Estos niños llegaron a ser tan populares que casi fueron tomados como personajes con identidad propia del arte de entonces.
Su principal objetivo como artista era representar el "lado amable de la vida", después de toda una época de penurias: escenas cotidianas, cargadas de ternura y calidez, de su esposa con sus hijos, los niños jugando, los veranos en la playa, interiores del hogar, etc. El personal estilo de decoración de Karin y de Larsson dio como fruto una manera completamente moderna de acondicionar y estructurar una casa, de forma que fueron considerados verdaderos "diseñadores" de interiores, adelantados a su tiempo: colores cálidos, interiores plenos de luz, vajillas sencillas y demás detalles contrastaban con el estilo oscuro, recargado y victoriano de otros hogares de la misma época.
Larsson trabajó principalmente a la técnica de la acuarela, siendo más del noventa por ciento de sus trabajos totales.
Su existencia plácida y tranquila en familia fue plasmada en diferentes álbumes, que publicó con gran éxito de ventas en toda Europa.