Señor, señor, qué calvario, me tienen como alma en pena, tengo sed y pido agua, que me alivie esta condena. Tengo hambre y pido pan pero estas locas perdías no sé si me lo darán.
Tienes razón, María... ¡Es hora de alimentar el cuerpo! Si no, vamos a tener que recitarte este poema del guasón de Baltasar de Alcázar:
A una mujer escuálida
Yace en esta losa dura
una mujer tan delgada
que en la vaina de una espada
se trajo a la sepultura.
Aquí el huésped notifique
dura punta o polvo leve,
que al pasar no se la lleve,
o al pisarla, no se pique.
Y, como no, comeremos en el restaurante más apropiado para la ocasión: El Aguador de Sevilla.
Mientras tanto, leeremos la historia de este cuadro.
Mientras tanto, leeremos la historia de este cuadro.
A los cuadros que pintó Velázquez en su época sevillana se les llamaba "bodegones", por asociación con los mesones o tabernas de baja estofa que existían en la época, y que se desarrollaban en los interiores de esos "bodegones" ("los tres músicos", "El almuerzo", "Vieja friendo huevos"...). Eran consideradas pinturas satíricas, conocidas como "pintura ridícula" o "pintura de risa", y tenían gran tradición en los Países Bajos e Italia. Los espectadores disfrutaban contemplando estas imágenes que ridiculizaban a personajes de posición inferior a la suya. Pacheco consideraba estos cuadros de género inferior, aunque sólo los valoraba si se pintaban como su yerno (¡vaya suegro!): "pues con estos principios y los retratos halló una verdadera imitación del natural alentando los ánimos de muchos con su poderoso exemplo". Cumplían una función edificante como espejo del vicio, censurando comportamientos reprochables, como la gula, la embriaguez o la lujuria. Algunos han querido ver en el muchacho sonriente de estos cuadros a los pícaros arquetípicos de El Lazarillo de Tormes o el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, aunque no se ha demostrado que Velázquez representara ningún episodio de este tipo de novelas. Lo que sí está demostrado es que a partir de estos cuadros de Velázquez se estimuló un mercado de copias de sus obras.
“El aguador de Sevilla” es una de sus más destacadas obras de juventud, pintada en los últimos años de su estancia en Sevilla y conservada actualmente en el Wellington Museum, en Londres, tras haber sido regalada por Fernando VII al general Arthur Wellesley en reconocimiento a su ayuda en la Guerra de la Independencia.
Velázquez practicó durante sus años de formación en Sevilla el género del bodegón con figuras para adquirir el completo dominio de la imitación del natural, según defendía su suegro Francisco Pacheco en El arte de la pintura. De las pinturas tempranas de Velázquez, es la que cuenta con mayor número de testimonios documentales y literarios, habiendo sido extensamente descrita, aunque de memoria y con errores, por Antonio Palomino, que la ponía como ejemplo de las pinturas de género a las que se había entregado el pintor en sus primeros años:
Inclinóse [Velázquez] a pintar con singularísimo capricho, y notable genio, animales, aves, pescaderías, y bodegones con la perfecta imitación del natural, con bellos países, y figuras; diferencias de comida, y bebida; frutas, y alhajas pobres, y humildes, con tanta valentía, dibujo, y colorido, que parecían naturales, alzándose con esta parte, sin dejar lugar a otro, con que granjeó gran fama, y digna estimación en sus obras, de las cuales no se nos debe pasar en silencio la pintura, que llaman del Aguador; el cual es un viejo muy mal vestido, y con un sayo vil, y roto, que se le descubría el pecho, y vientre con las costras, y callos duros, y fuertes: y junto a sí tiene un muchacho a quien da de beber. Y ésta ha sido tan celebrada, que se ha conservado hasta estos tiempos en el Palacio del Buen Retiro.
Lo pintó entre 1618 y 1622, después de la Vieja friendo huevos, otra de las obras destacadas de este periodo.
El cuadro perteneció a Juan de Fonseca, clérigo y maestrescuela sevillano llamado a la corte por el Conde-Duque de Olivares donde desempeñaba el cargo de sumiller de cortina al servicio de Felipe IV. Fonseca, por orden de Olivares, llamó a Velázquez a Madrid, siendo su primer protector en la corte. Velázquez le pintó un retrato poco después de llegar a Madrid y fue lo primero que vio el rey, abriéndole las puertas de palacio.
Los protagonistas son un anciano aguador vestido con un capote pardo, bajo el que asoma una camisa blanca y limpia, y el muchacho que recibe una copa de cristal fino llena de agua, vestido de negro y con amplio cuello blanco, que inclina la cabeza en un escorzo semejante al del joven recadero de La vieja friendo huevos, para recoger la copa con gesto grave, sin cruzarse las miradas. Entre ellos, casi confundido en las sombras del fondo de color tierra oscuro, otro hombre de mediana edad bebe en una jarrilla de loza. El brazo izquierdo del anciano se proyecta en escorzo hacia fuera del cuadro, apoyando la mano en un cántaro grande de cerámica en el que se dibujan las marcas del torno. En su superficie rezuma el líquido y brillan gotas de agua. Sobre una mesa o banco, aparece otra alcarraza de arcilla de menor tamaño, cubierta por una taza de loza blanca.
Velázquez pone el mismo interés en representar los diversos tipos humanos —por la contraposición de edades— y la expresión de sus emociones, como en las calidades táctiles de los objetos, respondiendo a un interés científico por los efectos de la visión en los que la luz controlada desempeña un papel fundamental por la forma diversa de verse reflejada en los diferentes objetos.
Del Aguador se conocen dos réplicas o copias antiguas, la más destacada de ellas en la Galería Uffizi de Florencia.
6 comentarios:
Que no me entere yo que pasas hambre y sd. Espera un poco, que no te va faltar de nada
Obra: El aguador de Sevilla
Autor: Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660)
Fecha: Siglo XVII (h. 1619)
Estilo: Barroco
Técnica: Óleo sobre lienzo
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Velázquez pintó el Aguador de Sevilla hacia 1619, al principio de su carrera. Posiblemente sea la obra maestra de la etapa sevillana y representa a un aguador muy popular en la capital hispalense, llamado "el Corso". En esta primera etapa Velázquez se interesó por los temas populares, costumbristas. Aparecen dos figuras en primer plano, el aguador y un niño, y al fondo un hombre bebiendo en un jarro. Se ha sugerido que podría representar las tres edades de la vida y que el agua simboliza la transición del conocimiento desde la vejez a la juventud. Velázquez destaca por su vibrante realismo, como demuestra en la mancha de agua que aparece en el cántaro de primer plano; la copa de cristal, en la que vemos un higo para dar sabor al agua, o los golpes del jarro de la izquierda, realismo que también se observa en las dos figuras principales que se recortan sobre un fondo neutro, interesándose el pintor por los efectos de luz y sombra. El colorido que utiliza sigue una gama oscura de colores terrosos, ocres y marrones. La influencia de Caravaggio en este tipo de obras se hace notar, posiblemente por grabados y copias que llegaban a Sevilla procedentes de Italia. Fernando Marías describe con acierto la composición y significado que se desprende de "El aguador de Sevilla"; se trata de una doble triangulación: un viejo (el aguador), un muchacho y un hombre al fondo: tres edades y tres actitudes (meditar, actuar, inquirir). La otra triangulación la hacen los objetos: un jarrón (en el que reposa la mano del anciano), una jarra vidriada con un tazón encima, y una copa. Sus relaciones, tanto formales como alegóricas, con respecto a los personajes, son evidentes. A los personajes los separan sus edades, pero los reúnen las circunstancias y sobre todo el agua, que aquí es fuente de vida y de comunicación entre los presentes. El higo, símbolo sexual femenino, que se transparente en el cristal de la copa, ha sido interpretado también como un rito de iniciación en el amor.
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Publicado por Fernando Mtz. D. de Zugazúa en 09:53:00
Etiquetas: Barroco España: pintura
Cuanta información, muchas gracias a las dos.
¿os acordais de la exposición que hubo de Velázquez hace algunos años en la Cartuja? estaba este cuadro y el de la vieja friendo huevos. Son realmente maravillosos (como otros muchos)
Al final acabaréis sacándonos partido...
o bebiendo gintonics en cántaros, jeje
Anónima, realmente son magníficos. Yo no me acuerdo de la exposición, pero no es raro, tengo la memoria de un pez. Aunque a mi me gustan más los de su época madrileña.
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