Cuando Velázquez nació, en 1599, Sevilla era la gran metrópoli de la monarquía hispana, su verdadera capital económica y cultural, la puerta y puerto del Nuevo Mundo. Galeras y navíos desembarcaban carretas llenas de plata de las minas de Potosí, que llenaban el Arenal de artículos de las Indias que serían transportados por toda Europa. Al crearse la Casa de la Contratación de las Indias, a comienzos del quinientos, la ciudad vivió una profunda transformación y un gran enriquecimiento, y como consecuencia, la población creció hasta los 150.000 habitantes, convirtiéndose en la ciudad más grande de España, y la tercera de Europa (detrás de París y Nápoles). Gente de todos sitios y condición llegaron en busca de fortuna.
Sevilla se convirtió en una ciudad abierta, cosmopolita, abigarrada y dinámica, donde se respiraba vitalidad. Una ciudad de dos caras. En este hervidero humano convivían nobles, clérigos, mercaderes, artistas, jornaleros, gentes de la mar y personas honradas, junto a pícaros, truhanes, maleantes, enfermos y falsos pobres. Pero esta caótica ciudad, sin embargo, gozaba de una rica y brillante vida cultural y artística.
Al comenzar el nuevo siglo XVII, la situación empezó a cambiar. Unas epidemias de peste, en 1565 y 1568, mataron a la mitad de la población. Eso, unido a las periódicas arriadas del Guadalquivir, las quiebras bancarias, la supeditación del tráfico con América a los extranjeros y la falta de liquidez, transformaron la ciudad y las desigualdades sociales fueron cada vez más acusadas. La Nueva Roma con la que se soñaban los humanistas del Renacimiento se desvanecía, mientras surgía con fuerza la imagen de la ciudad como una Nueva Babilonia. A mediados de siglo se agudiza la crisis y sólo el mundo artístico mantendrá su línea de esplendor, aunque supeditado a los gustos e intereses de una clientela relacionada con la iglesia. En aquella época había en la ciudad 24 conventos de religiosos y 19 de religiosas.
Para hacernos una idea de la grandeza cultural tendríamos que imaginar que Velázquez convivió con figuras de las letras como Mateo Alemán, autor de Guzmán de Alfarache, constante rival del Quijote, con Cervantes, que por aquellos años estaría preso en la Cárcel Real, y con los poetas que por entonces buscaban las musas por el Guadalquivir: Juan de Arguijo, Francisco de Rioja, Juan de Jaúregui, Baltasar de Alcázar... y con Juan de Mal Lara y su academia de la latinidad, donde se formaban intelectuales y creadores, trabados por la amistad y las lecturas compartidas. Entre 1599 y 1660 se publicaron en Sevilla nada menos que 860 títulos, debido al auge de las imprentas. Y de una de ellas, la de Cromberger, salió la primera imprenta que llegó al Nuevo Mundo.
Para hacernos una idea de la grandeza cultural tendríamos que imaginar que Velázquez convivió con figuras de las letras como Mateo Alemán, autor de Guzmán de Alfarache, constante rival del Quijote, con Cervantes, que por aquellos años estaría preso en la Cárcel Real, y con los poetas que por entonces buscaban las musas por el Guadalquivir: Juan de Arguijo, Francisco de Rioja, Juan de Jaúregui, Baltasar de Alcázar... y con Juan de Mal Lara y su academia de la latinidad, donde se formaban intelectuales y creadores, trabados por la amistad y las lecturas compartidas. Entre 1599 y 1660 se publicaron en Sevilla nada menos que 860 títulos, debido al auge de las imprentas. Y de una de ellas, la de Cromberger, salió la primera imprenta que llegó al Nuevo Mundo.
Quizás algún día Diego se detuvo a escuchar las notas que salían del órgano de una iglesia, notas compuestas por Correa de Arauxo o Antonio Lobo de Borja.
La ciudad que Velázquez conoció estaba llena de andamios, porque se estaban construyendo muchos de los edificios que transformaron la ciudad y que hoy admiramos. Juan de Oviedo levantaba el Convento de la Merced (actual Museo de Bellas Artes), y la Iglesia del Convento de Santa Clara, en colaboración con Miguel de Zumárraga, que a su vez construía el Hospital de las Cinco Llagas (Parlamento de Andalucía) y la Iglesia del Sagrario de la Catedral.
A Sevilla habían llegado numerosos maestros foráneos, en especial flamencos e italianos, que ayudarán a consolidar el peculiar desarrollo de la escuela pictórica sevillana.
Y tanta iglesia, y tanto convento, se fueron decorando con las magníficas esculturas y retablos de José de Arce, Martínez Montañés, Andrés de Ocampo, Pedro Roldán... y con los cuadros de Zurbarán, Alonso Cano, Herrera el Viejo, y un poco más tarde el gran Murillo.
Y tanta iglesia, y tanto convento, se fueron decorando con las magníficas esculturas y retablos de José de Arce, Martínez Montañés, Andrés de Ocampo, Pedro Roldán... y con los cuadros de Zurbarán, Alonso Cano, Herrera el Viejo, y un poco más tarde el gran Murillo.
¿Podemos imaginarnos una ciudad así?
3 comentarios:
Cristina, ¿que pasó con el tele-transportador de Carrefour?. ¿Sirve también para viajar en el tiempo?
Creo que no, María: para viajar en el tiempo tendrías que haberlo comprado en Continente.
Creo que lograremos teletransportarnos en el tiempo después del primer martini, que es más o menos en la tercera estación ¡ora pro nobis!
Publicar un comentario