domingo, 24 de mayo de 2009

LOS MANUSCRITOS DE TOMBUCTÚ

En la segunda mitad del siglo XV, los musulmanes que residían en Toledo comenzaban a sentir la presión que la sociedad cristiana ejercía sobre las gentes de otras confesiones. Muchos descendían de familias visigodas e hispanorromanas, convertidas al Islam en los primeros años del siglo VIII, tras la reconquista.

Ese era el caso de los Banu al-Quti, godos que adoptaron la fe de Mahoma quizá para seguir viviendo en Toledo. Durante generaciones la cultura hispanomusulmana debió ir impregnando las formas de vida de la familia de tolerancia y gusto por el saber y los libros, algo nada extraño entre los habitantes de las principales ciudades de Al-Andalus.


El 22 de mayo de 1468 un grupo de toledanos no católicos partían al exilio; entre ellos se encontraba el cadí Ali ben Ziyad al-Quti, juez civil entre los musulmanes. Igual que habían hecho otros exiliados antes, y como harían miles después, se dirigió al sur, tal vez a Fez o a alguna otra ciudad magrebí donde las gentes de al-Andalus se fueron asentando. De ahí siguió al Sudán medieval, en África occidental subsahariana, siguiendo los pasos de bastantes moriscos que, a través de las rutas de los tuaregs, se habían establecido en el país negro de Malí, que representaba el confín sur del Islam, y hacia allí se dirigió el toledano instalándose en Gumbu. En su camino adquirió numerosos ejemplares de textos religiosos, vidas del Profeta y el Corán, en algunos de los cuales tomó por costumbre hacer anotaciones en los márgenes: sus comentarios a lo leído, noticias de la época e impresiones de su vida junto a otros moriscos “laluyyi” o renegados, como se les llamaba entre los africanos, al considerar los ortodoxos que su sangre estuvo mezclada en algún momento con cristianos y judíos.


A fines del siglo XV su hijo Mahmud comenzó a usar el apellido Kati, por corrupción del nombre familiar al-Quti. Por entonces se había ganado la confianza del nuevo soberano de la región, Askia Mohamed. En aquellos años de esplendor, inicio de la dinastía Askia, Mahmud Kati se trasladó a Tombuctú, junto a otros hombres de leyes que el Askia reclutó para formar un cuerpo de juristas en la ciudad del desierto. Se casó con una hija de la casa real Askia.

Emparentar con la nobleza supuso un alivio para este clan exhausto de exilio. Como mecenas, los Kati recopilaron numerosos textos que se encontraban en la ciudad de Tombuctú: tratados de derecho, astronomía, historia, medicina, geografía e historia, escritos en árabe y en hebreo, y sobre todo el “Tarik el-Fettach”, la “Crónica del Viajero”, un repaso detallado de las gentes, lugares y costumbres del África subsahariana. Muchos son textos de antiguos viajeros famosos como Ishaq es-Saheli y Ibn Battuta, viajeros musulmanes del siglo XIV. Otros textos fueron escritos por ellos mismos, y según señala Ismael Diadiè Haidara Kati, muchos documentos fueron escritos por Mohmud Al-Quti, en los cuales aun es posible apreciar su firma.


Según cuentan las leyendas y la genealogía familiar de los Kati, se le atribuye a Mohmud Al-Quti la construcción de una verdadera biblioteca donde descansó el Fondo Kati, pasando de generación en generación, y llamada durante la ocupación francesa como la Biblioteca de Tombuctú.


Su inmensa colección literaria se siguió ampliando. Tombuctú era un lugar mítico entre tuaregs y comerciantes norteafricanos, y había sido engrandecida por sucesivos gobernantes desde tiempo atrás. A este engrandecimiento también habían contribuido los andalusíes: la mezquita más antigua de la ciudad, conocida como Djinguereiber, la grande (en la imagen), fue construida en 1325 por Ishaq es-Saheli, el arquitecto granadino contratado por el emperador malinké Kankan Moussa. El adobe y las maderas de palmera se combinan en gruesos muros, creando un edificio corpulento, de escasa altura, erizado de suaves pináculos y del color de la misma arena. El interior los muros acogen un espacio oscuro y fresco, articulado por pequeños arcos que le confieren un cierto aspecto laberíntico. Una mínima decoración de bandas verticales y salientes de madera alegra el exterior. Su singularidad sirvió de modelo a las encantadoras mezquitas del Níger. León el Africano relata también la existencia de un palacio construido por el mismo arquitecto andalusí, ahora desaparecido. Según Ibn Battuta, el gran viajero marroquí que recorrió el mundo islámico en el siglo XIV, Ishaq es-Saheli el granadino habría sido enterrado en Tombuctú, pues él narra haber visto su tumba.


Durante años, la presencia de andalusíes en la capital del desierto siguió siendo muy importante, hasta finales del siglo XVI, cuando una expedición marroquí a las órdenes de un morisco granadino, Yuder Pacha, apodado “Joder”, se apoderó del norte del imperio songhai, arrebatándoles Gao y Tombuctú a los reyes negros.


La familia Kati se traslada lejos, a un lugar llamado Tindirma, donde el legado bibliófilo familiar comenzó un largo peregrinaje. Con la llegada al poder de los Bambara los moriscos caen en desgracia en las tierras del Níger y los Kati han de abandonar sus ciudades y oficios tradicionales (juristas, abogados) para dedicarse a la agricultura, repartidos a lo largo de todo el Níger. Dividen la biblioteca, y cada rama de la familia se lleva una parte, para evitar que los enemigos de la familia la destruyan al completo. Los manuscritos se esconden en aldeas perdidas, como Kirschamba, y otras donde todavía hoy no ha llegado la luz eléctrica y su único acceso es por piragua tras varias horas de navegación desde Tombuctú a través del Níger. Allí continuaron a salvo del expolio que el colonialismo francés sometió a otras bibliotecas. Los “laluyi” lo hicieron con la convicción de que en la Biblioteca estaba una parte importante de su historia y de sus propios orígenes. La Biblioteca supone para ellos una labor de comunicación entre generaciones, que el Consejo de Familia, tan potente en su organización social, ha hecho ver a cada nueva generación transmitiéndole la importancia de conservar unos escritos en los que se relataba su origen.


La persecución que sufre la familia a fines del siglo XIX hace que el destino de la biblioteca se pierda en la memoria. Sin embargo, la tenacidad de unos lejanos descendientes de Ali ben Ziyad, Diadié Haidaa y su hijo Ismael Ismael Diadié Haidara Kati (a la izquierda de la foto) ha servido para rescatar del olvido este fantástico legado. Poco a poco, con paciencia de santos y minuciosidad detectivesca, han recorrido toda la geografía del Níger, aldea por aldea, hurgando en la memoria y en los rincones olvidados de cada pariente o amigo próximo, hasta recuperar miles de legajos y manuscritos, almacenándolos de nuevo en Tombuctú. Se habían salvado del hombre, pero no de los insectos, los incendios, las inundaciones y las inclemencias de una conservación precaria.


La historia de la familia Kati y la de su biblioteca se entrelazan y se confunden. Una y otros han sufrido convulsiones, saqueos y desastres. La biblioteca se ha reducido, pero cuenta hoy con unos 3000 manuscritos, 300 son de autores andaluces, 100 de renegados cristianos, 60 de comerciantes judíos y más de 2500 de variada temática árabe medieval. Todos los campos del saber están representados: Religión, Derecho, Teología, Mística, Historia, Medicina, Matemáticas, Lógica, Filosofía, Filología...

3 comentarios:

Cristina dijo...

Me ha parecido interesante contaros esta historia de una familia, los Kati, que se han transmitido el amor a los libros desde el siglo XV, de generación en generación. Además, en ella ¿quién aparece?... ¡¡¡nuestro es-Saheli!!! ¡el arquitecto de Tombuctú!

Marga dijo...

¡Ole mi niña otra vez! Gracias por aclararme que la mezquita de Djirguereiber (joé) es la que aparece en la portada del libro de nuestro Manuel, como muy bién tú ya imaginabas. Y me gusta mucho que nos eduques tan bien; si no crecemos intelectualmente es porque somos un poco zanguangas, no porque tú no le pongas empeño a la tarea. Con la persecución que han tenido los libros a lo largo de la historia (¿qué pasó con la biblioteca de Alejandría?, la Inquisición, las guerras, las ideologías, la religión), se agradece el mimo y la veneración de los Kati.

isabel dijo...

Gracias Cristina he disfrutado un monton leyendo esta historia. Por fin he tenido un momento de tranquilidad y me he trasportado con una facilidad a ese mundo maravilloso... He conocido una parte de Marruecos hace poco y me ha enamorado, necesito continuar el viaje creo que hay algo que tira de mi para profundizar en ese mundo tan diferente al nuestro y tan cercano. Espero que el libro me ayude un poco pero necesito vivirlo tambien. Bueno un saludo imaginario desde Tumbuctú.