jueves, 10 de mayo de 2012

Momentos Belmontianos (sin música pero con letra)

Belmonte cambió la imagen tradicional de los toreros: se relacionó con grandes nombres de la cultura, a pesar de que apenas tuvo estudios, fue un ávido lector empedernido, y cuentan que llevaba en sus viajes maletas llenas de libros. Su inteligencia y extraordinaria personalidad le permitieron relacionarse con los miembros de la cultura y de la alta sociedad.

 Sebastián Miranda, Ramón Pérez de Ayala y Ramón María del Valle-Inclán

Valle-Inclán pronunció un encendido discurso en su favor en un sentido homenaje que le organizó la Generación del 98, que aunque en principio no era nada taurina (veían en los toros un síntoma de atraso), se hizo belmontista casi al completo: más que la fiesta en sí misma, admiraban sobre todo al héroe que veían en Belmonte. Hasta tal punto compartía Belmonte afanes e inquietudes con ellos, que hay quien afirma que fue un miembro más de la Generación del 98 y que solo se diferenciaba en el modo de expresarse.

Es famoso el diálogo con Valle-Inclán:
- Ahora, Juan, ya sólo te queda morir en la plaza.
- Se hará lo que se pueda, don Ramón, se hará lo que se pueda.

Ningún torero ha tenido antes ni después tantos apoyos entre intelectuales del máximo nivel. Un destacado representante de la Generación del 27, Gerardo Diego, le dedicó la «Oda a Belmonte»:

ODA A BELMONTE. GERARDO DIEGO
Yo canto al varón pleno,
Al triunfador del mundo y de sí mismo
Que al borde un día y otro del abismo
Supo asomarse impávido y sereno.
Canto sus cicatrices
Y el rubricar del caracol centauro
Humillando a rejones las cervices
De la hidra de Tauro.
Canto la madurez acrisolada
Del fundador del hierro y del cortijo.
Canto un nombre, una gloria y una espada
Y la heredad de un hijo.
Yo canto a Juan Belmonte y sus corceles
Galopando con toros andaluces
Hacia los olivares quietos, fieles,
Y –plata de las tardes de laureles−
Canto un traje –bucólico de luces.

Pérez de Ayala le ofreció un homenaje el 28 de junio de 1913 y firmó el siguiente texto:
«Ya que Juan Belmonte se encuentra entre nosotros, hemos juzgado necesario obsequiarle con una comida fraternal en los jardines del Retiro. Fraternal porque las artes todas son hermanas mellizas, de tal manera que capotes, garapullos, muletas y estoques, cuando los sustentan manos como las de Juan Belmonte y dan forma sensible y depurada a un corazón heroico como el suyo, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, cinceles y buriles. Antes los aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime por momentáneo, y si bien el artista de cualquier condición que sea se supone que otorga por entero su vida en la propia obra, sólo el torero hace plena abdicación y holocausto de ella».
Ignacio Zuloaga o Julio Camba le agasajaban y le consideraban un verdadero artista, y adoptó sus modos e incluso su estilo de vestir, renunciando a la coleta clásica de torero. 
Fue también amigo del escritor estadounidense Ernest Hemingway y aparece de forma destacada en dos de sus novelas: Muerte en la tarde y Fiesta.

Pero lo que acabó de forjar el mito fue la biografía de Manuel Chaves Nogales, “Juan Belmonte, matador de toros, su vida y sus hazañas”. Fue publicada por entregas en la revista Estampa, a partir de junio de 1935. Redactó la obra en forma de autobiografía a partir de las numerosas conversaciones que mantuvo con el diestro, en las cuales le iba desgranando un sinfin de anécdotas, sus andanzas picarescas durante su infancia y adolescencia en Triana, su heterodoxa formación toreando al aire libre en las dehesas y cerrados, su trayectoria profesional como torero y luego ganadero, etc. La obra de Chaves Nogales está considerada por la crítica como una de las cimas literarias del género biográfico en español y convirtió a Belmonte en definitivo mito literario.

SU MUERTE
Pero aunque Chaves Nogales sólo llega hasta los años treinta, la vida de nuestro torero continuó hasta el fatídico 8 de abril de 1962 cuando, a punto de cumplir 70 años, Juan Belmonte se suicidó de un disparo en su cortijo de Gómez Cardeña —entre Sevilla y Jerez— ante la mirada del cuadro que le hizo su amigo Zuloaga. Su muerte no hizo sino inmortalizar su mito. Fue enterrado en el Cementerio de San Fernando de Sevilla.


 


2 comentarios:

rocio dijo...

fantásticos estos vídeos, Cristina.

Cristina dijo...

¿Sabéis que hay una película española, dirigida en 1994 por Juan Sebastián Bollaín, y protagonizada por Achero Mañas?