sábado, 9 de abril de 2011

LECTORAS ABRIL. RAMÓN GAYA

Entre el "Club de la Memoria" de Eva Díaz Pérez y el "club para hacer memoria" de las Montses de ¡Ay Carmela!, no nos dejan ser memoricidas, así que me he planteado a qué lectora con arte podíamos sacar de la niebla en este mes abrileño.

Busqué a golpe de ratón imágenes que reflejaran las palabras que han brotado en nuestras lecturas: museo circulante, exilio, república, ay carmela, misiones pedagógicas, guerra civil... Esperaba encontrar un cartel con una mujer republicana leyendo, pero tras mucho "ratonear" sin éxito, me topé con este cuadro. Igual que los exiliados recordaban sus tiempos felices de las misiones, a mi mente vino nuestra misión velazqueña, y suspiré nostálgica al recordar a unas meninas un tanto acartonadas pero muy locas, que han escrito ya con letras doradas una página de mi diario. Si yo fuera exiliada, uno de mis altarcitos no sería muy diferente a este cuadro.

Así que con un ¡clic! me metí en sus tripas, como una lotófaga compulsiva, para mirar en el fondo de las cosas y "abrir ventanas en desvanes olvidados". "Para mantener los ojos vivos no hay que dejar morir la sorpresa", nos dijo Eva. Lo más insignificante puede guardar una historia apasionante. Unas veces tienes suerte y otras te vas con las manos vacías. Pero yo he tenido suerte, y las tripas de este cuadro guardaban una jugosa historia de antes de la niebla.

No, no es exactamente una mujer lectora. Pero quien hace la ley, hace la trampa. Hay un libro, eso sí, y una mujer con nombre y apellidos: María Agustina Sarmiento de Sotomayor (alias María Margaretta Monge de Guardo), y está de perfil porque estaba reclinada ante la Infanta Margarita, ofreciéndole una jarrita con agua. 


"Homenaje a Velázquez" se llama. 




¿Y quién le dedicó este homenaje a Velázquez?


Pues aquí va la historia que encierra este cuadro, a ver qué sacáis de la niebla vosotras.

Su autor, Ramón Gaya, ha salido de refilón en nuestras lecturas y en el blog, pero apenas sabemos nada más de él. Nació en Huerto del Conde, Murcia, en 1910. En 1932 colaboró con las Misiones Pedagógicas, pintando varias reproducciones de cuadros del Museo del Prado, llevando el Museo Circulante por los pueblos de España y dibujando ante los campesinos, como en esta foto.




Suyas eran las reproducciones de La nevada de Goya, El niño Dios Pastor de Murillo, La infanta doña Margarita de Austria de Velázquez, el Retrato del Príncipe Don Carlos de Alonso Sánchez Coello, Sueño del patricio romano de Murillo, Sueño de Jacob de José de Ribera y los fusilamientos de Goya, cuadro que le obsesionaba.   

En junio de 1936 se casa en Madrid con Fe Sanz. Al comienzo de la guerra, Ramón se une a la Alianza de Intelectuales Antifascistas. En 1937 nace en Valencia su única hija, Alicia.

Cuando la guerra está perdida huye a Francia con el ejército, dejando atrás a su mujer y a su hija, y pasa un tiempo en el campo de refugiados de Saint-Cyprien (¿os suena?). En esta foto se ve a los prisioneros a la hora de comer. 






Cuando salió estaba, lógicamente, en un lamentable estado, y su amigo el pintor inglés Cristóbal Hall se lo lleva a un château que había alquilado en Cardesse, en el sur de Francia para que se recupere. Allí se entera de la muerte de su mujer en el bombardeo de la estación de Figueras. Cientos de civiles esperaban ser evacuados a Franciaa punto de alcanzar la frontera, huyendo de las tropas del ejército de Franco, cuando fueron bombardeados por la aviación alemana. Entre ellos estaban Flor y Alicia. La niña se salvó porque su madre la protegió con su cuerpo.

“Todo cuanto he sido está en mi pena” -escribió entonces-. No hay manera de ponerse en su piel, al sentir que lo había perdido todo en tan poco tiempo: la guerra, a su mujer y en cierto modo a su hija, que quedó al cuidado de los Hall, que tenían una niña de su edad. Estaba tan hundido, que los mismos amigos que se ocuparon de él a la salida de Saint-Cyprien lo suben tres meses después, el 26 de mayo de 1939, en el primer barco que llevaba exiliados españoles a México, el Sinaia. 



...el sueño se desvela por los muros
de tu silencio blanco sin hormigas
pero tu boca empuja las auroras
con pasos de agonía...

"No hay pintura sin vida", decía, y supongo que la pintura también le ayudaría a recomponer los jirones de su maltrecha vida. En México vive sólo, y pinta una serie de homenajes a los cuadros y a los artistas que admiraba. Todos tenían la misma estructura: alrededor de un libro o una postal donde aparece la obra de arte, hay colocados pequeños objetos cotidianos (un jarrón con flores, una copa, un vaso de agua, un abanico, un cuenco de loza...). Su amiga Concha Albornoz los llamaba “altarcitos”. Altarcitos... otro que hace altarcitos... Vaya, vaya, Ramón Gaya hacía lo mismo que su amigo Agustín Vayas... 

Trece años después vuelve a Europa, y se reencuentra con su hija en Lisboa. Va y viene de México a los “lugares de pintura”: Francia, Italia, Holanda, Bélgica, Viena, Londres... pero hasta 1960 no vuelve a España. A lo largo de la década de los 70 hará varios viajes por España: Barcelona, Madrid, Murcia, Andalucía... y Valencia, donde en 1966 conoce a Isabel Verdejo, con la que se casará más tarde, instalándose allí. Y allí murió el 15 de Octubre de 2005.

¿Es jugosa o no?... 
Pues ahora, con estos ingredientes, a ver cuántas páginas podéis añadir a este libro abierto de nuestro CLUB DE MEMORIAS LECTORAS (CON ARTE). Y recordad, que no puede haber club sin socias, así que queridas socias: ¡a aportar vuestra cuota de ingenio, imaginación y ganas para disipar la niebla!


4 comentarios:

Ramón Gaya-marga dijo...

No consigo asociar estos dulces rasgos a un nombre tan pesado.

Recreo con mis pinceles su mirada limpia. Observo la entrega con la que cumple su cometido. Admiro una y otra vez ese lenguaje utilizado para decirle a la infanta con los ojos, con las manos, con todo su cuerpo, que ha nacido para adorarla. Copio esa cara de niña… ¡es que es una niña! ¿Catorce años?

Y me estrello contra su nombre.

Alicia. Alicia sería mucho más apropiado…

Lotófaga dijo...

Abro el libro, y desaparece en la neblina mi pobre habitación. Mientras paso las páginas escucho mis pisadas recorriendo las salas del museo del prado. El olor a coles se transforma en lluvia recién caída, como la que caía aquel día. Era el mes de junio, pero llovía. Todos me esperarían ya en el Café Gijón, alegres y confiados en un futuro glorioso. Íbamos a un pueblo de Toledo, pero a pesar de la prisa no pude evitar entrar para ver su perfil sumiso y esa mirada de admiración a su infanta. Quién me iba a decir que a partir de aquel día sólo me quedaría su imagen en blanco y negro.

pilar dijo...

Vivir cuadros. Repetir nostalgias. Enterrar dolores. Pasear recuerdos. Imaginar vidas que al final no tuve. Regresar vacío. Llorar ausencias. Desgarrar el alma obuses de odio a destiempo, como la muerte, como la guerra. Como lo inútil. NADA

Me salió la madre dijo...

¡niñoooooos! ¡hay que ver! ¡cuántas veces os voy a decir que no pongáis el jarroncito encima del libro! ¡que si se derrama se estropea! ¡ay, qué chiquillos éstos! mira, y en tenguerengue que lo han puesto... vamos, pa haberse caído ¡ay, qué vida esta!