domingo, 17 de abril de 2011

DOMINGO DE RAMOS

Vísperas
Desde el amanecer, se cambia la ropa sucia de los altares y de los santos, que huele a rancia bendición, mientras los plumeros inciensan una nube de polvo tan espesa, que las arañas apenas hallan tiempo de levantar sus redes de equilibrista, para ir a ajustarlas en los barrotes de la cama del sacristán.
Con todas las características del criminal nato lombrosiano, los apóstoles se evaden de sus nichos, ante las vírgenes atónitas, que rompen a llorar... porque no viene el peluquero a ondularles las crenchas.
Enjutos, enflaquecidos de insomnio y de impaciencia, los nazarenos pruébanse el capirote cada cinco minutos, o llegan, acompañados de un amigo, a presentarle la virgen, como si fuera su querida.
Ya no queda por alquilar ni una cornisa desde la que se vea pasar la procesión.
Minuto tras minuto va cayendo sobre la ciudad una manga de ingleses con una psicología y una elegancia de langosta.
A vista de ojo, los hoteleros engordan ante la perspectiva de doblar la tarifa.
Llega un cuerpo del ejército de Marruecos, expresamente para sacar los candelabros y la custodia del tesoro.
Frente a todos los espejos de la ciudad, las mujeres ensayan su mirada “Smith Wesson”; pues, como las vírgenes, sólo salen de casa esta semana, y si no cazan nada, seguirán siéndolo...
Domingo de Ramos (mañana)

¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!
¡Campanas con café con leche!
¡Campanas que nos imponen una cadencia al
abrocharnos los botines!
¡Campanas que acompasan el paso de la gente que pasa en las aceras!
¡Campanas!
¡Repiqueteo de campanas!
En la catedral, el rito se complica tanto, que los sacerdotes necesitan apuntador.
Trece siglos de ensayos permiten armonizar las florecencias de las rejas con el contrapaso de los monaguillos y la caligrafía del misal.
Una luz de “Museo Grevin” dramatiza la mirada vidriosa de los cristos, ahonda la voz de los prelados que cantan, se interrogan y se contestan, como esos sapos con vientre de prelado, una boca predestinada a engullir hostias y las manos enfermas de reumatismo, por pasarse las noches —de cuclillas en el pantano— cantando a las estrellas.
Si al repartir las palmas no interviniera una fuerza sobrenatural, los feligreses aplaudirían los rasos con que la procesión sale a la calle, donde el obispo —con sus ochenta kilos de bordados— bate el “record” de dar media vuelta a la manzana y entra nuevamente en escena, para que continúe la función...
(tarde)


Esta descripción del domingo de Ramos es de Oliverio Girondo, un poeta argentino que pasó estas fechas en nuestra ciudad nada menos que en 1923. ¿Creéis que ha cambiado mucho la Semana Santa?
Nacido en Buenos Aires en 1891, en el seno de una familia adinerada que le procuró una esmerada educación en importantes centros educativos europeos. Estudió Derecho, y muy pronto, a raíz de sus contactos con los poetas exponentes de la vanguardia europea,publicó en 1922 su primer libro de poemas, «Veinte poemas para ser leídos en el tranvía», seguidos luego por «Calcomanías» en 1925,  «Espantapájaros» en 1932, «Persuasión de los días» en 1942, «Campo nuestro» en 1946 y «En la masmédula» en 1954, obra que  constituye en su trabajo más audaz en el campo de la poesía.
Al iniciarse la década de los años cincuenta, guiado por su interés en las artes plásticas, incursionó en la pintura con una marcada tendencia surrealista, gracias a su profundo conocimiento de la pintura francesa. En 1961 sufrió un grave accidente que le disminuyó sus condiciones físicas.  En 1965 viajó por última vez a Europa y a su regreso a Buenos Aires,  falleció en 1967

2 comentarios:

pilar dijo...

En mi barrio, hay mucha gente. Mucha. Están los finos, los canis, los pijos, los emo, los normales, los góticos... En mi barrio, hoy, sólo hay trianeros vestidos con traje y corbata, y vestidos y faldas con olor a nuevo de Domingo de Ramos.

marga dijo...

Si no fuera porque los japoneses, mucho más elegantes que las langostas, ¡dónde va a parar!, se han apoderado de nuestros veladores, y porque las mujeres hoy en día salimos algo más de una semana al año, no apreciaría que está escrito hace casi 90 años.