Y diréis ¿qué lo quiere? ¿y por qué lo quiere? ¡ésta está fatá tras su cumpleaños!
Pues sí, lo quiero. Va unido a la memoria de mi infancia, que es como decir a mi vida entera. Es como un abuelo al que conozco por las mil historias que me contaba mi padre. Me encantaba observar cada detalle de su cuarto amarillo, su cama regordeta y sus sillas de enea... hasta que un día me enteré que allí se había cortado una oreja para regalársela a un amigo. ¡Ah! ¿por eso lleva la cabeza vendada en el otro cuadro, no, papi? ¿y le dolió?
Me impresionaba su alegre colorido y esas pinceladas bailarinas que dibujaban barcos, cipreses, campos o enormes girasoles amarillos casi en relieve, y con mis dedos navegaba sobre las olas azules de sus cielos nocturnos, que arrastran en su alocada marea jirones del amarillo trigal hasta la redonda luna.
Más mayorcita leí con avidez “Cartas a Theo”, libro que os recomiendo. En 652 cartas narra, día a día, su terrible y audaz biografía, dibujándole a su fiel hermano bocetos de los cuadros que pintaba junto con los pensamientos que surgían en su imparable cabeza, intercalados con los comentarios de sus lecturas. Era un lector empedernido.
Pero yo me sabía su vida. No quería llegar al final, aplazaba la lectura de las últimas páginas para no leer de su puño y letra los motivos por los que acabó con su vida, dejándonos huérfanos de esos maravillosos huracanes de color.
Pilar ha sido la "culpable" de que haya vuelto a mi memoria, con la película que nos recomendó, Seraphine, porque los dos artistas están unidos por la desgracia de tener arremolinados en su cabeza tanta belleza y a la vez tantos monstruos, y el destino llevó a los dos a acabar sus días envueltos en la fealdad y la miseria de unos destartalados manicomios franceses.
Pero hoy no quiero contaros su vida, es mejor que la leáis en sus Cartas a Theo, en la Wiki, o si os entran más ganas, proyectamos en el cine de verano “El loco del pelo rojo” de Vicente Minelli, con esos inolvidables y adorables Van Gogh-Kirk Douglas y Paul Gaugin-Anthony Quinn.
Vincent Van Gogh tenía un sueño. Quería crear el “Taller del Sur”, una comunidad de artistas unidos por el ideal de una pintura luminosa, pintando juntos, intercambiando técnicas y hablando de arte, su gran pasión. A la vez compartirían gastos, que en sus maltrechas economías no vendría nada mal. En febrero de 1888 se marcha de París, donde vivía con su hermano Theo, y se instala en el pequeño pueblo de Arlés.
En la Calle Lamartine, una casa amarilla le atrajo como un imán. Era del matrimonio Ginoux, que tenían en la planta baja el Café de la Gare (de la estación). Era un "café nocturno", refugio de prostitutas y donde, en palabras de Vincent: "los noctámbulos vagabundos pueden encontrar un asilo cuando no tienen con qué pagarse un alojamiento o están demasiado ebrios para ser admitidos". Vincent alquiló cuatro habitaciones en el piso superior e invitó a muchos de los artistas que conocía de París. Sólo aceptó Paul Gauguin.
Estaba tan emocionado con su llegada que, para darle la bienvenida, pintó unos cuadros que decoraran la casa. Grandes girasoles amarillos, su color preferido, un color que le gustaba tanto a Vincent que en la locura de sus últimos días llegó a comer pintura amarilla.
El 23 de octubre llega Paul. Al principio todo marcha bien, pintan juntos, cada uno según su estilo, plantando sus dos caballetes ante los mismos campos, bares y modelos. Tras esas jornadas, aún les queda tiempo para beber y charlar, absorbiendo energía el uno del otro, comparando y admirando los resultados.
Uno de esos días bajan al café, allí estaba su casera con el traje típico de Arlés. Le piden que pose para ellos, y ella se coloca, obediente, apoyando su mano izquierda en la mejilla.
Paul la pinta de frente, mirando de reojo un tanto risueña, con los clientes del café charlando relajadamente sobre la roja pared del fondo (uno de ellos durmiendo la mona) y una solitaria mesa de billar bajo la que se esconde un gato. En primer plano hay una copa, un sifón y dos azucarillos.
Vincent, desde su rincón, sólo necesitó una hora para acabar su retrato, pero quiso que fuera la única protagonista, destacando su pensativa figura sobre un amarillo y brillante fondo, con unos libros delante. Uno de ellos “Cuentos de Navidad” de Charles Dickens.
Dos visiones diferentes de un mismo momento y de una misma persona.
Todos tenemos mil caras.
En ese afán por compartirlo todo con su hermano, Vincent le describió el cuadro en una de sus cartas: "Por fin tengo una Arlesiana, una figura esbozada en una hora, fondo limón pálido, el rostro gris, el vestido negro, negro negro, de azul de Prusia completamente crudo. Se apoya encima de una mesa verde y está sentada en un sillón de madera anaranjada...".
Pero esta arlesiana tenía un nombre y una vida. Se llamaba Marie Julien y había nacido en 1848. Con 18 años se casó con Joseph-Michel Ginoux, doce años mayor que ella, y se instalaron en Arlés para regentar el "Café de la Gare". La relación entre el pintor y el matrimonio fue excelente, y derivó en una gran amistad.
El domingo 23 de diciembre, al anochecer, Paul huye aterrado. Vincent lo había amenazado con una navaja de afeitar. Minutos después la utilizó para cortar el lóbulo de su oreja, la envolvió en un pañuelo, y las fuerzas sólo le permitieron bajar al café y encargarle a una prostituta que se la entregara a su amigo en señal de arrepentimiento. Después se desvaneció.
Marie Julien también sufría crisis nerviosas, por eso entendía tan bien a Vincent y estuvo a su lado cuando fue hospitalizado, cuidando y custodiando las pertenencias del artista.
La noche del 27 de julio de 1890, a los 37 años, tras muchas crisis, ingresos y salidas de manicomios, Vincent caminó hasta unos trigales de Auvers-Sur. Esta vez no llevó su caballete y sus pinturas, sólo una pistola. Se disparó en el costado. Quizás no quería manchar más sus ojos con la miseria de sus fantasmas, sino llevarse a la eternidad un último cuadro, pintado con su propia vida: ríos de roja sangre inundando el trigal, tiñendo para siempre el amarillo que tanto le gustaba, mientras bandadas de cuervos, alborotados por el disparo, formaban olas negras, círculos y espirales en el estrellado cielo azul.
A pesar de la tremenda herida volvió arrastrándose a la posada. Estuvo dos días agonizando, como si quisiera aguantar el tiempo suficiente para que su hermano Theo llegara de París y despedirse de él. A su muerte nos dejó de herencia más de 800 cuadros y 1.100 dibujos, realizados en los escasos nueve años que le dedicó a la pintura.
Llevaba encima una carta, la última, en la que le decía a Theo: "Pues bien, las verdad es que sólo podemos hacer que sean nuestros cuadros los que hablen..."
En 1891 Gauguin se marcha a Tahití, quiere crear allí el “Taller de los trópicos”, versión polinesia del sueño utópico de su amigo. Ya estaba enfermo. En 1901, en vísperas de su muerte, pintó una serie de cuadros de girasoles, en homenaje a su amigo y recordando los turbulentos días de la casa amarilla.
Curiosamente, Van Gogh sólo vendió un cuadro en su vida. Hace poco una de sus arlesianas fue adquirida por un coleccionista anónimo en 40,3 millones de dólares en una subasta de la firma Christie’s. Uno de los cuadros más caros del mundo. Al concluir la subasta, el presidente honorario de Christie’s América comentó que el «precio alcanzado por Van Gogh es maravilloso para este tipo de obra del artista».
Y yo me pregunto... ¿maravilloso el precio? ¿para quién?
17 comentarios:
Pero para que leer todo esto? Para que leer? Perder el tiempo leendo, si lo mejor es la television. Juanjo
Gracias Cristina me he emocionado mucho, me apasiona Van Gogh, adoro los girasoles los campos teñidos de amarillo... los viste en el viaje a Córdoba? y la comparación de los 2 cuadros magnífica pero la lectora de Van Gogh es insuperable, la mirada, los libros... se puede pintar en 1 hora? a mi me parece increible. Gracias otra vez.
Cristina, con tus palabras cálidas y cercanas sabes compartir con nosotras tu amor por la pintura y sobre todo, por los pintores, es una acto de generosidad inmenso. Gracias de nuevo
¿Para qué leer todo ésto? me han colocado estos libros entre las manos, pero... ¿para qué leer? prefiero perder el tiempo viéndolos a los dos sentados ante mí, tan pendientes de mis gestos, con esos ojos suyos que miran más allá de mi esqueleto ¡hay momentos que hasta me da vergüenza! es como si me desnudaran...
¿qué es el tiempo? en realidad no estoy perdiendo el tiempo ¡es tiempo ganado!, ¿se pierde el tiempo haciendo algo que te gusta? yo ya estaba acostumbrada a que estos borrachines me hablaran sin mirarme: "¡marie julien, ponme otra de absenta! ¡marie julien ¿cuánto se debe?", y me entraban ganas de gritar: ¿de qué color es mi vestido? ¿sabe alguien de qué color es mi vestido?.
Entonces llegaron ellos, tan independientes, tan libres y tan originales, y me sentaron aquí, y aquí estoy ganando el tiempo... Joseph de vez en cuando mira de reojo, disimulando, mientras lava los vasos con el trapo, y es que yo creo que a partir de hoy también el me mirará con otros ojos... creo que está orgulloso y hasta un poco celoso de que me prestén estos parisinos tanta atención...
Y mientras él agradece la suerte de poder hacer realidad su sueño no sabe que me acaba de regalar sesenta minutos del mío. No sé leer.
Y a ninguno de los dos nos importa. Simplemente soñamos.
Mientras, algunos miran, otros charlan, y uno dormita.
Pasa el tiempo. ¿Soñaran?
Yo delante de un libro ... ¿y si este trozo de tela no queda arrinconado entre otros lienzos, cubiertos de polvo y tiempo? ¿Y si alguna vez llega a ser admirado por alguien y se pregunta quién era la mujer del cuadro?. Nunca imaginará que era la dueña de una triste cafetería, una simple camarera, que durante un momento ha llegado a sentirse la señora que siempre deseó ser.
-Sí, Joseph, que sí, que en el rojo se ve mejor el café, pero yo parezco una borrachina, mira, si me ha puesto la nariz roja y todo... pero en el otro... en el otro estoy más guapa, no sé, como más interesante. Sí, estoy segura que ese cuadro llegará lejos, ¡mira que si llego a estar en un museo!
-Un museo, un museo... ¡anda que no tienes pájaros en la cabeza!, anda, mujer ¡limpia aquella mesa y déjate de museos!
-¡Pues yo estoy segura que voy a dar que hablar!
Ni la mesa ni yo. Ni la botella de gaseosa ni yo. Ni los libros ni yo. Ni mi lozanía ni mi decrepitud ni yo. Ni la taberna ni yo. Ni la silla ni yo. Tampoco el broche que adorna mi pechera. Ellos. Ellos y lo que ven sus ojos es la verdad. Dos verdades. Un misterio. Yo.
Cuando la ví supe que era de las mías. Sus ojos la delataban. Tras sus párpados se escondían pájaros negros. Lo sabía. Era como yo. Por eso la veo con ese fondo amarillo. El amarillo ahuyenta los fantasmas.
«El cometido de un artista es pensar, no soñar».
De este modo, en enero de 1889, Vincent Van Gogh acababa con la amistad a la que había dedicado todas sus energías artísticas y humanas: la de Paul Gauguin
Arlesiana de fondo amarillo aparta por un instante su vista de los libros, y un tanto altiva se detiene a pensar en la arlesiana que frente a ella descansa sobre fondo rojo.
Arlesiana de fondo rojo aparta su mirada y manifiesta sonriente su indiferencia.
Sifón a mano se deja llevar por algún sueño.
Mientras, Marie Julián posa para ellos sin sospechar que ambos se pintan a sí mismos. El traje ha sido sólo una excusa.
¡Mírala ella, tan tranquila y sonriente! Parece que se burlara de mí, que no doy abasto con la Bobary y los cangrejos, el Vargas Llosa y el Bécquer, el biquini y el fonendo, ¡y pa colmo...los libritos del verano!
¡yo aquí sentada con la de cosas que tengo que hacer!
A ver, a ver, voy a pensar, para ver las prioridades... tengo, por un lado, este libro que tengo abierto, con Emma y sus historias... el de abajo, de Vargas Llosa, el otro el de Bécquer, para repasar sus versos para mañana, tengo que hacerme mi exlibris, para firmarlos y que no me lo quite ningún borrachín de estos que vienen al café, y preparar los altramuces de la película del jueves... ¡Ah! y lo de mis pelos, tengo que llamar a mi asesinapelos para que me dé un repasito...
¿Por dónde empiezo? ¡que de cosas!
Una sola mujer.
Y él sólo vió a la dama. El otro a la plebeya.
Él, a la lectora que soñaba. El otro, sólo a la pícara.
¿Y Flaubert?…
Flaubert ya lo había visto todo.
Arlés, 24 de marzo de 1890
Querido Theo:
Fíjate en este epitafio, muy muy antiguo; del tiempo, digamos, de la Salambó de Flaubert:
"Thébé, hija de Thelhui, sacerdotisa de Osiris, que nunca se quejó de nadie"
Si ves a Gaugin cuéntaselo. Y pensé en una mujer marchita; tú tienes en tu casa el estudio de esa mujer que tenía los ojos tan extraños y que yo había encontrado por otra casualidad.
¿Qué significa esto de "ella nunca se quejó de nadie"? Imagínate una eternidad perfecta -¿por qué no?-; pero no olvidemos que la realidad en los siglos antiguos tiene esto: "y nunca se quejó de nadie"
¿Te acuerdas que un domingo el bueno de Thomas vino a vernos y dijo: "Ah! pero ¿son mujeres como éstas las que os excitan?
No. ésta precisamente no siempre excita; pero, en fin, de cuando en cuando en la vida, uno se siente desconcertado como si echara raíces en el suelo.
(...)
"Thébé, hija de Thelhui, sacerdotisa de Osiris, que nunca se quejó de nadie". A su lado me siento como un ser ingrato.
¿quién será este Juanjo?... no paro de pensar, ni concentrarme en la lectura puedo... y ellas tampoco saben quién es ¡qué misterio! aparece de pronto, nos provoca y se va ¿quién será este Juanjo?
Juanjo soy yo. ¿Acaso no has visto las similitudes entre su nombre y el mío? ¿Su misicalidad? ¿Su rapidez en el deletreo? ¿Su misterio?
Juanjo, Juanjo. Juanjo puede ser cualquiera, mientras no se descubra.
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