martes, 14 de febrero de 2012

EL ARTE DE NUESTRA LECTURA

Este mes nuestra lectura está llena de arte, Lucrecia y don Rigoberto se deleitan fabulando con los cuadros, y nos muestran una pequeña pero apetitosa pinacoteca. El primero de ellos nos cuenta una historia, la de Lidia, Candaules y Giges.

Heródoto de Halicarnaso fue un historiador y geógrafo griego que vivió entre el 484 y el 425 a. C. En el libro I de sus Historias, contó el por qué se llevaban tan mal los griegos y los persas. Y no es exactamente como lo hemos leído en nuestro libro del mes. Pero también me he enterado que a Candaules, último rey de Lidia de la Dinastía Heráclida, lo sucedió hacia el 680 a.C. nada menos que ¡Giges!, fundador de la Dinastía Mermnada. A Candaules se le conocía también por Sadiates o Mirsilo. Y que le dio nombre a una práctica sexual, el candaulismo, que refleja la excitación de ver a la pareja tener relaciones sexuales con otra persona. Es una suerte de voyeurismo, que no hay que confundir con el intercambio de pareja:

William Etty
VII. (...) Los Heráclidas reinaron en aquel pueblo por espacio de quinientos cinco años, con la sucesión de veintidós generaciones, tiempo en que fue siempre pasando la corona de padres a hijos, hasta que por último se ciñeron con ella las sienes de Candaules.

VIII. Este monarca perdió la corona y la vida por un capricho singular. Enamorado sobremanera de su esposa, y creyendo poseer la mujer más hermosa del mundo, tomó una resolución a la verdad bien impertinente. Tenía entre sus guardias un privado de toda su confianza llamado Giges, hijo de Dáscylo, con quien solía comunicar los negocios más serios de estado. Un día, muy de propósito se puso a encarecerle y levantar hasta las estrellas la belleza extremada de su mujer, y no pasó mucho tiempo sin que el apasionado Candaules (como que estaba decretada por el cielo su fatal ruina) hablase otra vez a Giges en estos términos: —«Veo, amigo, que por más que te lo pondero, no quedas bien persuadido de cuán hermosa es mi mujer, y conozco que entre los hombres se da menos crédito a los oídos que a los ojos. Pues bien, yo haré de modo que ella se presente a tu vista con todas sus gracias, tal corno Dios la hizo.» Al oír esto Giges, exclama lleno de sorpresa: —«¿Qué discurso, señor, es este, tan poco cuerdo y tan desacertado? ¿me mandaréis por ventura que ponga los ojos en mi Soberana? No, señor; que la mujer que se despoja una vez de su vestido, se despoja con él de su recato y de su honor. Y bien sabéis que entre las leyes que introdujo el decoro público, y por las cuales nos debemos conducir, hay una que prescribe que, contento cada uno con lo suyo, no ponga los ojos en lo ajeno. Creo fijamente que la reina es tan perfecta como me la pintáis, la más hermosa del mundo; y yo os pido encarecidamente que no exijáis de mí una cosa tan fuera de razón.»


IX. Con tales expresiones se resistía Giges, horrorizado de las consecuencias que el asunto pudiera tener; pero Candaules replicóle así: —«Anímate, amigo, y de nadie tengas recelo. No imagines que yo trate de hacer prueba de tu fidelidad y buena correspondencia, ni tampoco temas que mi mujer pueda causarte daño alguno, porque yo lo dispondré todo de manera que ni aun sospeche haber sido vista por ti. Yo mismo te llevaré al cuarto en que dormimos, te ocultaré detrás de la puerta, que estará abierta. No tardará mi mujer en venir a desnudarse, y en una gran silla, que hay inmediata a la puerta, irá poniendo uno por uno sus vestidos, dándote entre tanto lugar para que la mires muy despacio y a toda tu satisfacción. Luego que ella desde su asiento volviéndote las espaldas se venga conmigo a la cama, podrás tú escaparte silenciosamente y sin que te vea salir.»

X. Viendo, pues, Giges que ya no podía huir del precepto, se mostró pronto a obedecer. Cuando Candaules juzga que ya es hora de irse a dormir, lleva consigo a Giges a su mismo cuarto, y bien presto comparece la reina. Giges, al tiempo que ella entra y cuando va dejando después despacio sus vestidos, la contempla y la admira, hasta que vueltas las espaldas se dirige hacia la cama. Entonces se sale fuera, pero no tan a escondidas que ella no le eche de ver. Instruida de lo ejecutado por su marido, reprime la voz sin mostrarse avergonzada, y hace como que no repara en ello; pero se resuelve desde el momento mismo a vengarse de Candaules, porque no solamente entre los lidios, sino entre casi todos los bárbaros, se tiene por grande infamia el que un hombre se deje ver desnudo, cuanto más una mujer.

Jacob Joardens

XI. Entretanto, pues, sin darse por entendida, estúvose toda la noche quieta y sosegada; pero al amanecer del otro día, previniendo a ciertos criados, que sabía eran los más leales y adictos a su persona, hizo llamar a Giges, el cual vino inmediatamente sin la menor sospecha de que la reina hubiese descubierto nada de cuanto la noche antes había pasado, porque bien a menudo solía presentarse siendo llamado de orden suya. Luego que llegó, le habló de esta manera: —«No hay remedio, Giges; es preciso que escojas, en los dos partidos que voy a proponerte, el que más quieras seguir. Una de dos: o me has de recibir por tu mujer, y apoderarte del imperio de los lidios, dando muerte a Candaules, o será preciso que aquí mismo mueras al momento, no sea que en lo sucesivo le obedezcas ciegamente y vuelvas a contemplar lo que no te es lícito ver. No hay más alternativa que esta; es forzoso que muera quien tal ordenó, o aquel que, violando la majestad y el decoro, puso en mí los ojos estando desnuda.» Atónito Giges, estuvo largo rato sin responder, y luego la suplicó del modo más enérgico no quisiese obligarle por la fuerza a escoger ninguno de los dos extremos. Pero viendo que era imposible disuadirla, y que se hallaba realmente en el terrible trance o de dar la muerte por su mano a su señor, o de recibirla él mismo de mano servil, quiso más matar que morir, y la preguntó de nuevo: —«Decidme, señora, ya que me obligáis contra toda mi voluntad a dar la muerte a vuestro esposo, ¿cómo podremos acometerle? —¿Cómo? le responde ella, en el mismo sitio que me prostituyó desnuda a tus ojos; allí quiero que le sorprendas dormido.»
XII. Concertados así los dos y venida que fue la noche, Giges, a quien durante el día no se le perdió nunca de vista, ni se le dio lugar para salir de aquel apuro, obligado sin remedio a matar a Candaules o morir, sigue tras de la reina, que le conduce a su aposento, le pone la daga en la mano, y le oculta detrás de la misma puerta. Saliendo de allí Giges, acomete y mata a Candaules dormido; con lo cual se apodera de su mujer y del reino juntamente: suceso de que Arquíloco pario, poeta contemporáneo, hizo mención en sus yambos trímetros.

XIII. Apoderado así Giges del reino, fue confirmado en su posesión por el oráculo de Delfos


10 comentarios:

Marga dijo...

¡No me extraña que nuestro Don Rigoberto-Candaules cambiara la historia! ¡No hay líbido que soporte la idea de que te maten en la cama y que otro ocupe tu lugar!

Cristina dijo...

moraleja: Giges disfrutó del culo de Lidia y Candaules fue de culo por el idem de Lidia.

Marga dijo...

Candaules significa “el que estrangula a los perros” ¿A que no adivinas qué personaje de los que aparecen en el cuadro de Joardens organizó todo el complot que trajo a Lidia un nuevo rey?

el perrito del habitáCULO dijo...

¡guauuuu es un espectáCULO esta Marga, sin duda es la más avispada de este cenáCULO! en efecto, ¡no me desvinCULO! fui yo el vehíCULO del mayúsCULO opúsCULO de Herodoto, ese minúsCULO perro canela que aparece bajo el grandioso CULO de mi dueña. Pero me salió el mal el cálCULO, no me gustaba el homúnCULO ese, el tal Giges. Era ridíCULO (dicen las malas lenguas que sólo tenía un testíCULO). A mi madre, una real perra que era el sustentáCULO de la propia Lidia, la mató con un jáCULO en el tabernáCULO para robarle un carbúnCULO que portaba en su collar, delicioso munúsCULO de mi dueña.
Un crepúsCULO, mientras mi dueña se quitaba el batíCULO en su habitáCULO esperando a Candaules, ví a Giges esconderse en el invernáCULO tras una cortina. Me bajé veloz (a mi dueña le encantaba, en el dilúCULO, que le diera ósCULOS en los deditos de los pies antes de dormirse, y me puso un montíCULO a su lado en el fóCULO) y me puse a olisquearlo. El másCULO me miró con su monóCULO pero no movió ni un músCULO. Eso no fue obstáCULO para que girara en semicírCULO, levantara mi patita y vertiera mi dorado líquido sobre sus pantuflas. Gruñó. Y claro, mi dueña, la bella Lidia, se dio cuenta de inmediato, pero no artiCULÓ palabra. Y luego pasó lo que pasó... El espectáCULO fue mayúsCULO... ahora todos los crepúsCULOS temo por mi vida en este propugnáCULO, y he perdido el vínCULO con mi dueña Lidia, a la que inoCULÓ el veneno del odio hacia mí ¡ayyyy que vida más perra!

Impresionada dijo...

Absolutamente geniales, la entrada y loscomentarios¡,

Cristina dijo...

sí, impresionante todo pero... ¿los Heráclitas ya usaban monóCULO?

gesticulo dijo...

Especulo y me anulo, deambulo y veo un comentario chulo, me quito el rulo y adulo el título, no es un bulo.

ay qué pupa, dijo...

¡Aúpa, vaya drupa! ¡En vez de culo pareciera gurupa!

Y Platón, el "La República" dijo...

«Giges, un pastor que servía al rey de Lídia, estaba un día con su rebaño en las montañas cuando se desató una fuerte tormenta. Repentinamente, de un seísmo se abrió un trozo de tierra y se hizo una honda grieta. El pastor, maravillado, bajó por aquella hendidura y entre otras cosas prodigiosas contempló un caballo de bronce, vacío, con unas pequeñas puertas. Asomó la cabeza y se encontró con un cadáver de talla superior a la humana. Estaba desnudo y sólo tenía en un dedo un anillo de oro. Giges sacó el anillo y salió de allí. Pasados unos días, asistió, llevando el anillo, al encuentro mensual de los pastores para preparar la notificación al rey del estado de sus rebaños. Sentado entre los otros, hizo girar por azar el anillo encarando su grabado con la palma de la mano.

Acto seguido, sus compañeros se pusieron a hablar de él como un ausente: se había hecho invisible. El pastor, maravillado, se daba cuenta de que cuando el grabado del anillo miraba hacia el interior de la mano, se hacia invisible, cuando miraba hacia el exterior, volvía a ser visible. Comprobada la eficacia de su anillo, maniobró para ser uno de los mensajeros enviados a palacio para informar al rey. Una vez en palacio, utilizando el poder del anillo, accedió a las habitaciones de la reina y la sedujo; con la ayuda de ella preparó una trampa al rey, lo asesinó usurpándole la corona.»

Invisible por un rato dijo...

¡yo quiero un anillo de esos!