viernes, 11 de diciembre de 2009

LECTORAS CON ARTE DICIEMBRE

La Navidad. Ya está aquí de nuevo, con sus espumillones y sus estrellitas doradas. Con las nostalgias y las alegrías de las reuniones en torno a una mesa. Las presencias y las ausencias. Más ausencias que presencias, eso es para mí la navidad. Por eso quizás, me ha apetecido poner este cuadro. Porque en él siento una presencia que no estará nunca ausente, y que me enseñó a ver en las pinceladas algo más que una simple representación de la realidad. Por él y para él quiero seguir jugando con el arte. Hoy más que nunca. Hoy, que voy a sentir su ausencia más presente entre los lienzos que nos dejó.
No quiero dejar de jugar con la luz y el color, con las historias que encierra un lienzo, que van más allá de lo que el artista nos quiso decir, historias que van tan lejos como los ojos y la imaginación de los espectadores quieran llegar.

Antiguamente, los estilos artísticos evolucionaban poco a poco, hasta convertirse en otro muy diferente. Resultaría raro que en el Renacimiento todos los pintores estuvieran pintando magníficas Madonnas, como Miguel Ángel y Rafael, y de pronto llegara un avispado diciendo: “¡stop! ¡se acabó el Renacimiento! ¡ahora que todo el mundo se pase al rococó!”... Y todos como locos a pintar pastorcillas y rosas de pitiminí (¡ya sé que el rococó no va detrás del renacimiento, pero quería imaginarme a Miguel Ángel pintando a la Pompadour en vez de la Capilla Sixtina!). A partir del siglo XIX el ritmo se aceleró frenéticamente, superponiéndose unos a otros, hasta llegar a nuestros días, en los que hay tantos estilos como artistas. El arte es variado, multicolor, hay cuadros para todos los gustos.

El mes pasado nos recreamos con la agridulce historia del amor medieval de Paolo y Francesca pintada por Feeurbach en 1860. Casi a la vez los impresionistas creaban sus mejores obras ¡tan diferentes!... Me gusta la variedad. Dice un refrán que en la variedad está el gusto, y yo estoy de acuerdo.

Y para contrarrestar sabores y colores, hoy damos un triple salto mortal en el estilo, que no en el tiempo. Porque sólo vamos a saltar 60 años en un mes.

A finales del siglo XIX en Europa se vivía un período positivista y optimista en el arte, bañado por la luz de los impresionistas, por sus colores puros. Sus cuadros se basaban en la "ley del contraste cromático", que decía que “todo color es relativo a los colores que le rodean”, y en formas apenas esbozadas, sin dibujo, hechas sólo a base de manchas. Cuadros pensados para ser vistos y disfrutados, no para ser pensados.

Entonces llega el convulso siglo XX, con la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y el período de entreguerras (1918-1939). Los artistas alemanes no podían mantener demasiado positivismo con ese panorama, y plasman en los lienzos su trágica visión del ser humano, su preocupación por la vida y –sobre todo‑ por la muerte, y lo traducen en escenas que reflejan la soledad, la miseria, con violentos colores y temas prohibidos hasta entonces –la sexualidad, lo morboso, lo demoníaco, la perversión–. Distorsionan la realidad porque son tan ilusos que quieren cambiar la vida con sus pinceles, buscar nuevas dimensiones a la imaginación y renovar los lenguajes artísticos. Defendían la libertad individual, el irracionalismo, el apasionamiento. Cuadros pensados para impactarnos y emocionarnos, para ser pensados.

Los integrantes del EXPRESIONISMO ALEMÁN quieren un arte personal e intuitivo, donde predomine la visión interior del artista –la “expresión”– frente a la plasmación de la realidad –la “impresión”– del impresionismo y el naturalismo. Muchos de sus componentes acabaron en el exilio, o murieron en la guerra, al ser marcados por los nazis como “artistas degenerados”... ¿os acordáis de aquella mujer sentada en la mesa de un café de Otto Dix? ¡qué degenerada!

Max Beckmann, el autor de esta peculiar familia, es uno de sus máximos representantes. Y como en Navidades las familias se juntan, y algunas forman un grupo tan heterogéneo y variopinto como el que pintó nuestro Max, he pensado que a lo mejor entre mazapanes y panderetas os inspirábais.

No es que estén muy alegres ¿no?
Quizás estén con la resaca de la cena del día anterior.
¿Cuántas historias podemos encontrar en estas pinceladas?


El padre de Max Beckmann (Leipzig, 1884 - Nueva York, 1950) era un próspero comerciante de harina, pero murió cuando Max tenía diez años. Desde muy pequeño dibujaba a sus compañeros de la escuela, y también muy pequeño estudió la obra de Rembrandt, pintor al que admiró toda su vida. Durante su infancia asistió a distintas escuelas, debido a las sucesivas mudanzas familiares y no llegó a terminar sus estudios primarios.

Intentó sin éxito entrar en la Academia de Bellas Artes de Dresde, y en 1900 fue admitido en la de Weimar, donde obtuvo numerosos premios, entre ellos conocer a su futura esposa, Minna Tube, otra joven estudiante de pintura que, sin embargo, hizo carrera como cantante de ópera. Beckmann pasó unos meses en París estudiando en la Academia Colarossi, y una breve estancia en Génova. De vuelta a Alemania, se instala en Berlín, donde comienza con éxito su carrera artística: en 1906 dos de sus obras fueron admitidas en la exposición anual de la Secesion berlinesa y "Jóvenes a la orilla del mar" recibió en Weimar el premio Villa Romana, que llevaba aparejada una estancia de seis meses en Florencia. En 1906 se casa con Mina y aprovechan su viaje de bodas para viajar de nuevo a París. Ese mismo año muere su madre, y el impacto que le causó le inspiró un cuadro de una gran escena de duelo. Con Mina tuvo a su único hijo, Peter.
Cézanne y Van Gogh eran los pintores modernos a los que más admiraba, aunque su obra se centró en grandes escenas religiosas e históricas en un estilo dramático. En 1910 sus cuadros se venden bien.

Durante la Primera Guerra Mundial es movilizado como enfermero, y supone un giro definitivo en lo personal y en lo artístico. Dibuja y graba en punta seca los horrores de los que es testigo. Tiene una tremenda crisis nerviosa, y a finales de 1915, llega a Francfort para recuperarse. En los años siguientes, desarrolla en pintura el estilo incisivo de los dibujos de guerra. Su afán de pintar el drama de la existencia humana adopta un lenguaje diferente que culmina en 1919 en "La noche": una horrible escena criminal en un espacio atestado de figuras y construido a base de expresivas deformaciones.

Su fama culmina a mediados de los años veinte. Tras la Primera Guerra Mundial. Minna es contratada como cantante en la Ópera de Graz. Max realiza varios viajes a esta ciudad austríaca para visitar a su familia. En 1925 se separan amistosamente, y siguen teniendo contacto hasta su muerte. Se vuelve a casar con Mathilde (Quappi) von Kaulbach, hija de otro pintor. En esa época, G.F. Hartlaub acuña el término Neue Sachlichkeit (Nueva Objetividad) como denominador común de una serie de pintores -Grosz, Dix, Drexel y Beckmann-. Desde 1925, ejerce como profesor en el Stadelsches Kunstinstitut de Francfort y su obra se expone con frecuencia. En 1926 celebra su primera individual en Nueva York y participa en el Salón de Otoño de París, donde vuelve casi todos los inviernos. Pinta retratos, escenas urbanas y bodegones‑ además de los autorretratos que salpican toda su producción‑ en los que se consagra una visión trascendental y amarga de la realidad de su tiempo. En 1930 firma un nuevo contrato por siete años con un galerista. La prensa nazi ataca sus obras, y Beckmann se traslada a París. La Nationalgalerie de Berlín le dedica una sala permanente en 1932, señalando así el apogeo de su fama. Pero sólo fue un espejismo, ya que tras la ascensión del nazismo la sala de Berlín es clausurada y los museos públicos se desprenden de sus obras. Lo expulsan de su plaza docente en Francfort, y Max se traslada en 1933 a Berlín, donde su presencia es más discreta. La inclusión de diez de sus pinturas en la tristemente célebre Exposición de Arte Degenerado de 1937 le lleva a exiliarse en Amsterdam. Nunca más volverá a Alemania.

En los años de Amsterdam, pese a las graves penurias, no deja de pintar, pero no vuelve a la escena pública hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En 1947, ya aquejado de dolencias cardiacas, acepta una oferta de la Universidad Washington, en Saint Louis, y se traslada a Estados Unidos. Allí pasará sus últimos años entre el reconocimiento internacional demorado por el nazismo y la guerra, y enseñando en distintas universidades y centros artísticos. En 1950, el mismo año en que recibe el Gran Premio de la Bienal de Venecia, cuyo pabellón alemán se le dedica en exclusiva. Muere en Nueva York de un ataque al corazón cuando se dirigía al Metropolitan Museum para visitar la exposición "American Painting Today", en la que se exponía obra suya.

5 comentarios:

Agradecida dijo...

¡Va por tí, María Sur!

Anónimo dijo...

Casi sin palabras, solo las que mis ojos llorosos de emoción me permiten para expresar que la agradecida soy yo.

Más allá del lienzo imagino cómo en esta tarde de diciembre “una estrellita dorada” juega con la luz y el color regalándome generosamente sus historias mientras yo, ajena, voy en pos de ella buscando otras luces y colores en un intento de hacer más cálidas las ausencias...
Y me gusta imaginar que no ha sido casualidad.

Anónimo dijo...

¿Pues sabeis que os digo? Que vale, que si ésto es lo que hay, yo al menos quiero sentirme "guapa".

Cristina dijo...

La Nena: Papito, guapo, dame money pa la fiesta de fin de año, anda... ¿a que estoy mona con mi traje de bershka?

Papito: brrr... siempre igual, ahora que me había puesto a ensayar ya vienen los reyes magos con mi cornetín... Mariii, dáselo tú, anda, que no estás haciendo ná

Abuelita: pordió, pordió, ¿asín vas a salí a la calle? en mi época asín se vestían las busconas... buscaré en mi misal la oración a Santa Engracia pa que te proteja, niña...

La Mari: ayyy, otra noche de sinvivir... ¿a qué hora vas a llegar? ¿otra vez después del chocolate con churros? ayyy... ¡lo que sufrimos las madres! Niña, que dice el periódico que va a hacer mucho frío esta noche ¡ponte un chalequito, anda! ponte el que te hizo la abuela de punto de cadeneta, que es la mar de mono... ¿a que estrenas el año con la gripe A? ayyy, ayyyy...

El nene: ¿no os podéis callar un poco? ¡que estoy leyendo el libro de Harry Potter que me trajo Papá Noel!

La amiga de la Nena: (¿quién me mandaría llegar puntual a recoger a la Nena? bufff... se me está cortando el punto aquí sentá entre estos frikis... bufff ¡vamos que ni con el botellón me voy a animar!)

Cristina dijo...

¡mira que cortarnos la luz en estas fechas! menos mal que he tenía velas de sobra, que si no... porque otra cosa no tendrá esta familia, guapos no somos, muy divertidos tampoco, ¡pero leer! ¡vaya si nos gusta leer!