sábado, 20 de octubre de 2012

INCIPIT-EXCIPIT

Ya tienes tu libro entre las manos, estás deseando sacarlo de la bolsa para empezar a leer. Pero mientras encuentras el momento, no puedes evitar abrirlo por la primera página para ver cómo empieza:
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...”

En estas pocas pero famosísimas palabras, Miguel de Cervantes nos pone en situación, con ellas conocemos dónde se desarrolla la acción, pero a la vez nos deja intrigadísimos por conocer qué narices pasó para que el narrador no quiera recordar el nombre del sitio por nada del mundo...

Pero ¿alguien sabe cuál es la última frase del Quijote? Pues es, ni más ni menos que: "Vale".


"...Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando y han de caer del todo sin duda alguna. VALE".

Pues vale, hoy vamos a hablar de las primeras y últimas frases de las novelas. O para hacernos las interesantes, los INCIPITS Y EXCIPITS.

La primera frase (o INCIPIT, que viene del latín incipio: empezar) es un adelanto de la obra, el preludio de lo que va a venir después.

Para que sea buena, debe cumplir varias funciones:
  1. Informar (dando una leve idea del lugar, tiempo y personajes).
  2. Interesar (todo recurso vale).
  3. Establecer el contrato de lectura (anunciando el código con el cual se debe descifrar el texto o, dicho más sencillamente, el género).
Y todo eso, dicho con muy pocas palabras. Por lo tanto, es muy difícil e importante para el escritor acertar con ellas: tienen que dar el tono a la obra sin desafinar, y son la puerta por la que tienen que pasar todos esos pensamientos que han de guiar al lector por el mundo que le quiere mostrar.

Si acierta, enganchará definitivamente al lector, lo cautivará, lo intrigará y en muchas ocasiones será como un mazazo para provocarlo a no dejar de leer.

Hay autores que se piensan la primera fase casi tanto como el resto del libro, porque saben que de ella depende muchas veces que los lectores nos enganchemos a la lectura.

Y es que estamos muy mal acostumbrados, porque desde muy pequeños, incluso antes de saber leer, nos enseñaron que detrás de la frase “había una vez...” se abría un mundo de aventuras y fantasías.

“En el principio creó Dios los Cielos y la Tierra”.

Las palabras que dan comienzo a la Biblia, nos introducen en medio de la acción, nos dicen quién va a ser el protagonista y cuál va a ser el escenario.

La primera frase de una novela no sólo es el picaporte que abre al lector la puerta del mundo imaginario al que entra con expectativa, es también el puente que permite al autor entrar en el relato. Siguiendo esta hipótesis, la mejor primera frase es aquélla que de un jalón mete al lector en el mundo imaginario; es la frase metáfora del tema y la historia por venir; la que te dice como si fuera un acertijo de qué se trata el juego en el que entras.

Algunos de los autores que acertaron con estas primeras frases redondas son:

Juan Rulfo, PEDRO PÁRAMO.
"Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo".

Albert Camus, EL EXTRANJERO.
“Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”.
Esta frase con la que el protagonista nos introduce en la novela, define a la perfección la personalidad del extraño narrador que nos va a contar su historia, se nos anuncia el relato en primera persona pero también la mirada despojada, distante, con la cual el personaje contempla el mundo -y su absurdo- durante todo el libro.

Franz Kafka en LA METAMORFOSIS casi nos cuenta una historia entera:
“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró convertido en un monstruoso insecto”.

Henry Miller, TROPICO DE CAPRICORNIO.
“Una vez que has entregado el alma, lo demás sigue con absoluta certeza, incluso en pleno caos”.

J. D. Salinger, en El GUARDIAN ENTRE EL CENTENO, hace que el protagonista se dirija directamente al lector, y nos dice mucho del tono que tendrá el resto de la obra.
“Si realmente quisieran saberlo, lo primero que probablemente quieran saber es dónde nací, y qué tan mala fue mi infancia, y que mis padres estaban ocupados antes de tenerme, y toda esa basura al estilo David Copperfield, pero si quieren la verdad, realmente no quiero comentarles ese tipo de...”

Samuel Beckett, MALONE MUERE.
“Pronto, a pesar de todo, estaré por fin completamente muerto”.

Mario Vargas Llosa, PANTALEÓN Y LAS VISITADORAS.
“Despierta Panta -dice Pochita-. Ya son las 8. Panta, Pantita, Pantela”.

Algunos autores nos dan pistas del pasado, presente y futuro del protagonista, lo que no hace más que aumentar nuestra curiosidad.

Gabriel García Márquez comienza CIEN AÑOS DE SOLEDAD así: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”

Y Dickens nos pone en situación en HISTORIA DE DOS CIUDADES diciendo:
“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad de la sabiduría, era la edad de la estupidez, era época de fe, era época de incredulidad, era estación de Luz, era estación de Oscuridad, era primavera de esperanza, era invierno de desesperanza, teníamos todo ante nosotros, nada teníamos frente a nosotros, todos iríamos al Cielo, todos iríamos directo por el camino inverso –en suma, el período era tan parecido al presente, que algunos de sus más ruidosas autoridades insistían en declararlo sólo en términos superlativos-”.

Pero tan importante como el principio es poner el punto y final a la historia, porque en algunos casos puede cargarse la trama que el autor ha ido desarrollando a lo largo de muchas páginas. Dos son los requisitos que precisan los finales: que nos den algo que no olvidemos y a poder ser, que no esperemos. Hay finales abiertos, que nos dejan con ganas de saber más de los personajes que han ocupado nuestro tiempo, finales felices, melancólicos, trágicos, previsibles... en fin, como la vida misma.

Hemingway escribió 47 finales para ADIÓS A LAS ARMAS hasta decidirse por éste: "Pero después que las hice salir, después de cerrar la puerta y apagar la luz, comprendí que todo era inútil. Era como si me despidiera de una estatua. Transcurrió un momento, salí y abandoné el hospital. Y volví al hotel bajo la lluvia.". Todos comparten la desazón y zozobra que acompañan al protagonista a lo largo de la obra.

Algunos autores son tan maestros en abrir sus obras, como en poner el punto y final. Gabriel García Márquez, empieza EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA, diciéndonos: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaban siempre el destino de los amores contrariados”,  y la acaba: “Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Vladimir Nabokov, en LOLITA, pone en boca de su protagonista, el capicúa Humbert Humbert la primera frase:
"Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: La punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo.Li.Ta." Lolita...
y también la última: “Estoy pensando en auroras y ángeles, el secreto de pigmentos durables, sonetos proféticos, el refugio del arte. Y esta es la única inmortalidad que tu y yo compartiremos, Lolita mía”.

Javier Marías termina con contundencia su novela "Mañana en la batalla piensa en mí": "Adiós risas y adiós agravios. No os veré más ni me veréis vosotros. Y adiós ardor, adiós recuerdos".

Y después de este paseo por las primeras y últimas frases, estamos preparados para adentrarnos de lleno en la lectura de la obra escogida, en la localización y contexto de obra y autor, en el tipo de narradores, en la búsqueda de sentimientos y pensamientos universales, en la estructura, en el espacio y tiempo, en los personajes… y sobre todo, y por encima de todo lo anterior, en el placer  que nos reporta una lectura gratificante.

Y ahora... ¿cuál es vuestro INCIPIT-EXCIPIT PREFERITI?

fdo. El dúo Lalalá (la Marga y la Cristi)

7 comentarios:

Carlo Collodi dijo...

dedicado a Pinocho.

-INCIPIT: Cómo fue que el maestro Cereza, carpintero de oficio, encontró un palo que lloraba y reía como un niño.

-EXCIPIT: ¡Qué cómico resultaba cuando era un muñeco! ¡Y qué contento estoy de haberme convertido en un muchacho como
es debido!

Marga dijo...

Eso es un complepit: todo el cuento resumido en tres frases.

Paul Auster dijo...

Brooklyn follies:

INCIPIT: Estaba buscando un sitio tranquilo para morir. Alguien me recomendó Brooklyn, de manera que al día siguiente salí de Westchester y fui para allá a reconocer el terreno.

EXCIPIT: Eran las ocho de la mañana cuando puse el pie en la calle, las ocho de la mañana del 11 de septiembre de 2001; justo cuarenta y seis minutos antes de que el primer aviós se estrellara contra la torre norte del World Trade Center. Solo dos horas después, la humareda de tres mil cuerpos carbonizados se desplazaría hacia Brooklyn, precipitándose sobre nosotros en una nube blanca de cenizas y muerte.
Pero de momento todavía eran las ocho de la mañana, y mientras caminaba por la avenida bajo aquel radiante cielo azul era feliz, amigos míos, el hombre más feliz que jamás haya existido sobre la tierra.

Tan fuerte, tan cerca dijo...

INCIPIT: ¿Y qué me decís de una tetera? ¿Con un pitorro que se abra y se cierre al ritmo del vapor hasta convertirse en una boca capaz de silbar bellas melodías, o recitar Shakespeare, o al menos reírse conmigo? Podría inventar una tetera que me leyera con la voz de papá, y así podría dormirme...

EXCIPIT: Me habría contado la historia del sexto distrito, desde la voz enlatada del final hasta el principio, desde "Te quiero" hasta "Hace mucho tiempo". Habríamos estado a salvo.

Siri, en elegía para un americano, dijo...

INCIPIT: Mi hermana decía que fue "la época de los secretos", pero con el tiempo he llegado a la conclusión de que lo importante de aquellos años no era lo que había sino lo que faltaba.

EXCIPIT: Entonces veo a la señora W. al término de nuestra sesión. Me sonríe y vuelve a usar la palabra "reencarnación". "No después de la muerte, sino aquí, mientras estamos vivos". Me tiende la mano y yo se la estrecho.
-La echaré de menos -me dice.
-Yo también

Anónimo dijo...


“Guía del autoestopista galáctico” Douglas Adams

En los remotos e inexplorados confines del arcaico extremo occidental de la espiral de la galaxia, brilla un pequeño y despreciable sol amarillento.
En su órbita, a una distancia aproximada de ciento cincuenta millones de kilómetros, gira un pequeño planeta totalmente insignificante de color azul verdoso cuyos pobladores, descendientes de los simios, son tan asombrosamente primitivos que aún creen que los relojes de lectura directa son de muy buen gusto.
Este planeta tiene, o mejor dicho, tenía el problema siguiente: la mayoría de sus habitantes eran infelices durante casi todo el tiempo. Muchas soluciones se sugirieron para tal problema, pero la mayor parte de ellas se referían principalmente a los movimientos de pequeños trozos de papel verde; cosa extraña, ya que los pequeños trozos de papel verde no eran precisamente quienes se sentían infelices.
De manera que persistió el problema; muchos eran humildes y la mayoría se consideraban miserables, incluso los que poseían relojes de lectura directa.
Cada vez eran más los que pensaban que, en primer lugar, habían cometido un gran error al bajar de los árboles. Y algunos afirmaban que lo de los árboles había sido una equivocación, y que nadie debería haber salido de los mares.

Robín dijo...

Cuando yo tenía cinco años se empeñaron en que debía de leer El Quijote; tan adelantado -y se equivocaban- pensaban que yo era. Empezando con la dificultad para simplemente levantar y sopesar entre mis manos el gravitatoriamente pesado y unitómico libro- pero yo pensé entonces que su pesadez no se debía sólo a los graves- la empresa de entenderlo terminó casi donde este empieza. Cuando leí la Mancha y no sabiendo donde estaba situada ni en qué mapa ni qué era, me evocó esa suciedad en la ropa por la que mi madre me reñía a veces, capitalizada para mayor escarnio, de cuya vergüenza no quiero acordarme más, mas no es una no verdad que aún no he olvidado que me negué -o más bien me negaron; no tomé yo esa decisión, me la tomaron- a recorrer un libro que parecía una broma no ligera, casi un castigo; mi vida de caracol hubiera sido otra, de haber continuado la exploración con cierto esfuerzo; me hubiera convertido probablemente yo también en reponedor de palabras en el supermercado este de los oficios afamados, casi ociosos o eso aparentan; contribuido a no ser devorados del todo por el inglés colonizador ultramarino, a prestigiar -y a unir; ¡coño!- no pudo ser así.