Con “Arenas movedizas” pisándonos los talones, cerramos “Elogio de la madrastra” volviendo con la Anunciación de Fra Angélico al calor del hogar, a la belleza clásica, a lo evidente (¿tendrá razón Juan José Millán y necesito apoyarme en tres pilares para ocultar una situación un tanto engañosa?).
Don Rigoberto, tras ser rey de Candaules, privilegiado pastor testigo de la voluptuosidad de Diana, inductor de las veladas afrodisíacas de Venus, bestia dotada de un inquietante sex-appeal y receptor de los efluvios de un laberinto embriagador, se nos presenta ahora bajo la personalidad de arcángel mensajero. Es cierto que no le asoma ningún pelillo por la nariz y que luce unas impecables alas, pero no acabo de reconocer en él a nuestro Rigoberto. Posiblemente se sirva de ese disfraz para colarse en el pórtico de María y llevarla con más facilidad al huerto; o para acercarse a sus amigas Raquel, Deborah o Judith, mucho más ligeritas de cascos que ella.
Por otro lado, me cuesta creer que María aparezca de repente en la historia así, sin más. Podría ser una fantasía recurrente que recupera ahora el anodino gestor de seguros y que permanece oculta mientras éste tiene compañía porque, claro, habría sido muy fuerte haberle escuchado decir unos capítulos antes: “Lucrecia, cariño, no te molestará que esta noche te llame María, ¿verdad? No tiene importancia, es que me pone la sirvienta del vecino, esa que tiene cara de virgen y que se ruboriza cada vez que paso a su lado”. No, no habría estado bien. Me inclino a pensar que María siempre ha estado ahí, con una misión incendiaria en tiempos de crisis.
En fin, que todo tiene una segunda lectura y nada es lo que parece. Tras mi alegría inicial al ver a una mujer con un libro en el regazo, recordé que los chicos de “Engranajes culturales” nos advirtieron de que en la época en que se pintó este cuadro las mujeres no leían, sino que rezaban. Así que, hermanas, a rezar, a rezar mucho.
FRA ANGÉLICO.
"Nunca levantó el pincel sin decir una oración ni pintó el crucifijo sin que las lágrimas resbalaran por sus mejillas” dijo de él Giorgio Vasari en su libro “Vida de los mejores pintores, escultores y arquitectos”.
El Beato Angélico, más conocido como Fra Angélico (Vicchio di Mugello (Florencia) 1390 c. – Roma 1455), combinó la vida de fraile dominico con la de pintor consumado. Fue llamado Angélico por su temática religiosa, la serenidad de sus obras y porque era un hombre de extraordinaria devoción. Utiliza colores brillantes para representar sentimientos espirituales, intentando integrar el humanismo cristiano con las características artísticas del siglo XV. Ha sido considerado por la crítica especializada un artista indudablemente religioso, capaz de pintar visiones celestiales de gran espíritu místico. Esta traducción del imaginario divino hábilmente combinada con su maestría técnica, ha contribuido a que sea reconocido hoy en día como uno de los más relevantes pintores florentinos del segundo cuarto del siglo XV.
En 1436, los dominicos de Fiésole se trasladaron al convento de San Marcos de Florencia que acababa de ser reconstruido por Michelozzo. Fra Angélico, sirviéndose a veces de ayudantes, pintó numerosos frescos en el claustro, la sala capitular y las entradas a las veinte celdas de los frailes de los corredores superiores.
Aunque, Fra Angélico realizó otras versiones de la Anunciación (como la que se encuentra en el Museo del Prado), se considera este fresco de Florencia que aparece en “Elogio de la madrastra“ la versión más emotiva del Angélico, por su íntima y desnuda unción” (M. Olivar)
Fue beatificado por Juan Pablo II en 1982 pasando a ser el "Beato Fra Angélico".
4 comentarios:
Amén, hermana, amén. Has puesto un broche de oro a la lectura de febrero. Un libro de los que me gustan, de los que no se quedan en una simple sucesión de palabras, de los que contienen entre sus páginas tantas lecturas como queramos encontrar... aunque hayamos pecado de pensamiento, palabra, obras y omisión, al final hemos encontrado la redención. Amén, hermana, amén.
Seguro que no es pecado elogiar tan magnífica entrada, y sí lo sería por omisión no recordar que tal vez el arcángel no sea don Rigo, sino el mismísimo fonchito. Cito textualmente de internet una posible interpretación para que sea contemplada:
“...la aparición de este pasaje llega estratégicamente, pues nos hallamos en el desenlace del relato. Después de tanta turbulencia y del escándalo final, la Anunciación es un remanso de espiritualidad en el que se sumerge doña Lucrecia, esta vez ya no como complemento del entusiasmo erótico, sino como forma de justificación o explicación de lo que le ha ocurrido. Su sensación de culpa en ese momento es no haber tenido sentido de culpa. Aquí ya no se trata de una fantasía o alegoría erótica, sino de una fantasía o alegoría moral en torno a la fascinación que ejerce la belleza, al margen de su posible efecto corruptor. Porque una interpretación del uso simbólico de esta pintura en el relato podría ser la siguiente: la perplejidad, sorpresa y admiración de María ante la aparición de Gabriel se corresponde con el mismo
estupor conturbado de doña Lucrecia ante la belleza angelical de Alfonsito: «¡Qué hermoso era el
ángel ! No debería decirlo así, pero lo cierto es que nunca había visto a un ser tan armonioso y suave, de formas tan perfectas y voz tan sutil». En el momento más penoso —ahora que ha sido repudiada por su marido— Lucrecia se siente «redimida », porque también los seres más puros e inocentes son sensibles a la belleza. Sólo en ese sentido se siente «transplantada» a la situación del cuadro... Y es en ese momento de redención por la belleza^ de expiación de la culpa —o de la falta de culpa— cuando se hace más viva la cita de César Moro que preside el libro y que termina con estas palabras: «La beauté es un vice, merveilleux, de la forme».
y continuando con fuentes de internet pregunto:
¿o será únicamente una excusa para mostrar cómo hay una des-erotización fulminante que obliga a que la comunicación de los amantes se suspenda?
¿o tal vez se trate de una correspondencia moral que representa la compartimentación del espacio arquitectónico que separa a la Virgen María del arcángel anunciante, de la misma manera en que se separa la carne del espíritu después de que don Rigoberto descubre lo que, a escondidas, Lucrecia hacía con Fonchito?
Ni se me había pasado por la cabeza que el arcángel fuera Fonchito y María Doña Lucrecia. Ojú, al final no hay dos lecturas, sino tres o cuatro. Y yo tratando de rijoso y onanista a don Rigoberto, al que han dejado fuera de juego, ¡pobrecito!
Gracias, pecadora.
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