Norman Rockwell (1894, Nueva York –1978, Stockbridge) fue un ilustrador, fotógrafo y pintor estadounidense célebre por sus imágenes llenas de ironía y humor.
En torno a los años treinta y cuarenta, plasmó con exactitud el clima típicamente hollywoodiense del momento, retratando la sociedad norteamericana de entonces y sus convenciones sociales. Durante estos años, Rockwell también profundizó en un tipo de representaciones que cada vez ganaron mayor significación en su obra global, como los dedicados a la crítica social o a ensalzar ciertos valores o virtudes del pueblo norteamericano y de la raza humana en general.
Ya en la década de los 50 y 60, Rockwell volvió a sus temas amables y tiernos, representando imágenes navideñas, familias reunidas, viajes familiares en automóvil, interiores de tiendas o barberías, heladerías con niños, e incluso hizo algunas obras repletas de ironía. Rockwell sabía representar la realidad con una maestría increíblemente precisa, lo que contrastaba con sus obras de carácter expresionista, las cuales realizaba tanto a modo de burla como de estudio.
Fueron llegados ya mediados de los 60 y principios de los 70, cuando Rockwell recuperó su punto mordaz y crítico con la sociedad: los cambios políticos que entonces sufrió norteamérica, entre ellos los de la integración de los negros, la lacra del racismo y la investidura del presidente Kennedy, fueron tomados e interpretados por Rockwell, quien siempre abogó por la multiculturalidad, la integración y sobre todo, la defensa del débil y el apoyo a los negros perseguidos o insultados.
En el cuadro completo de nuestra portada aparece una abuela con su nieto rezando en una cafetería de segunda categoría, posiblemente en una estación de ferrocarril. Los comensales se quedan boquiabiertos ante la estampa. Comúnmente se le ha celebrado como una impresionante foto fija de los americanos en su mejor momento: “juntos, a pesar de la bulla, y coexistiendo pacíficamente”.
Rockwell no era muy asiduo a las iglesias. En sus notas manuscritas reconoce que el cuadro no es sobre la mujer y el niño, sino sobre la gente que está alrededor de ellos: “Esa gente está mirando, algunos sorprendidos, algunos confundidos, algunos recordando su propia infancia perdida, pero todos siempre mostrando respeto”.
En varios libros de Carson McCullers se han utilizado cuadros de Rockwell para ilustrar las cubiertas. Curiosamente, la de “Un árbol crece en Brooklyn”, que también hemos leído en Hoylibro!, es del mismo autor.
7 comentarios:
y como Rockwell hacía ilustraciones para revistas también tiene unas cuantas lectoras con arte. Una de ellas ya ha pasado por nuestro blog.
ADIVINA ADIVINANZA: ¿CUÁNDO?
¡C_ñ_! ¡Me podía haber ahorrado el resumen de Rockwell!
¿Hablas de un óleo que he tenido que mirar dos veces porque parece una foto? ¿De la etapa en que Rockwell "recuperó su punto mordaz y crítico con la sociedad"?
¿De una vuelta al cole de hace tres años?
Me gustan las casualidades.
caliente, caliente...
veo que el diseñador de la portada le ha dado la vuelta al cuadro ¿no? en la portada los dos maromos están mirando a la izquierda y en el original al revés... ¡misterios del diseño de portadas!
por cierto, yo tengo el libro gordo, el del aliento del cielo, en el que sale una foto de la autora riéndose a carcajadas, por lo que no me había fijado mucho en el vuestro, pero ahora que lo dices es verdad que no tiene mucha relación con el asunto que trata el relato, o por lo menos de la imagen que yo me he creado en la mente del café de Miss Amelia. Por supuesto no creo que tenga un ventanal tan grande porque es casi una barraca, ni esos cacharritos tan monos de cristal sobre la mesa (dignos de una herencia jerezana), y los parroquianos me los imaginaba yo menos urbanitas... en fin, que no creo que sea muy acertada la elección (¿aparecerá por aquí el/la autor/a de la portada para reñirme? ¡ay qué nervios!)
¿y si la explicación estuviera en la pág 27 del libro y en las notas que el propio Rockwell hace de su obra?
"Y es que los vecinos de este pueblo no estaban acostumbrados a reunirse por puro placer: iban en grupos a trabajar a la fábrica; algunos domingos el pastor organizaba comidas campestres, y, aunque ello pueda considerarse como un placer, la finalidad de aquellas excursiones era hablarle a uno de las penas del infierno y llenarle de temor ante el Todopoderoso. Pero el espíritu de un café es algo muy diferente. Todos, hasta los más ricos y los más tragones, saben que en un café como es debido hay que comportarse con educación y no se puede ofender a nadie; y que los pobres miran a su alrededor con agradecimiento, y pinchan los arenques con delicadeza y modestia, ya que el ambiente de un verdadero café tiene que reunir estas cualidades: compañerismo, satisfacciones del estómago, y cierta alegría y gracia de modales.
Nadie había explicado esas cosas a los reunidos aquella noche en el almacén de miss Amelia; pero todos parecían saberlas, aunque nunca habían tenido un café en el pueblo."
Rockwell: en sus notas manuscritas reconoce que el cuadro ("Saying grace") no es sobre la mujer y el niño, sino sobre la gente que está alrededor de ellos: “Esa gente está mirando, algunos sorprendidos, algunos confundidos, algunos recordando su propia infancia perdida, pero todos siempre mostrando respeto”.
Con la balada del café triste, ocurrió algo distinto. Conocía un bar de Brooklyn, cerca de Waterfront, al que me gustaba ir con W.H.Auden y George Davis. Llegó esa mujer, a la que llamaban Submarine Mary, acompañada de un hombre bajito y jorobado. Yo seguí charlando con mis amigos, que ni siquiera habían reparado en la escena. Luego regresé a mi casa del Sur, y, un día, mientras oía música –a Berlioz, lo recuerdo bien-, la imagen del jorobado de Submarine Mary me vino a la cabeza, perfectamente nítida; vi su silueta y comencé a escribir La balada del café triste. Es lo que Henry James solía llamara una “preciosa partícula” y que yo llamo “iluminación”. Ese tipo de cosas llegan sin haber sido pensadas. De ahí que el hecho de escribir sea extremadamente peligroso...
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