Colocando mi regalo de amiga invisible me he dado cuenta que este ajetreado mes de junio todavía no hemos conocido a ninguna Lectora con arte, ¡CON EL JUEGO QUE HAN DADOOOO!.
Me he puesto a buscar corre que te corre, y me topé con esta señora que pintó Jean-Etienne LIOTARD, llamada Louise d'Épinay. Me miraba de reojo picaronamente, como diciendo: “¿y yo, no te motivo?”… “De momento no, Louise, para qué te voy a engañar, hija”, le he dicho yo, que quería algo más moderno este mes. Pensaba pasar de largo cuando me paré a pensar que a lo mejor esa señora del pañito en la cabeza y vestido de encajes tenía algo que decirnos, si no… ¿por qué mira con tanto descaro? Rauda y veloz busqué su nombre por los rincones del interné, y descubrí a una mujer nada convencional a pesar de su apariencia (¡lo que le habría gustado a unas artistas protagonistas que yo conozco haberse vestido así!). Ella decía: “No hay satisfacción comparable a aquella de hacer feliz a su prójimo.”

…Mmmm… cada vez me gustaba más esta Louise, y seguí indagando en su vida.
Nació en Francia en 1726. En 1756, cuando tenía 30 años, dejó al petardo de su marido (que además era su primo), con el que se había casado a los 19, un libertino que le contagió la sífilis. Y se echó un amante llamado Dupin de Francueil, que también comenzó a engañarla muy pronto. Louise tuvo cuatro hijos, dos de ellos probablemente de su amante, y vivía la vida superficial y mundana de su entorno de financieros. Su única actividad "intelectual" consistía en montar y representar obras de teatro en su casa de la Chevrette, pero posiblemente, pensaba ya: “Dupiiiiin, quiero ser artistaaaa”.
Dupin le presentó al escritor y filósofo Jean-Jacques Rousseau, y surge entre ellos un profundo amor. Se van a una casa rural en el valle de Montmorency, a la que llamaron Ermitage, un verdadero retiro, donde Rousseau halló la calma y la paz natural que tanto reflejó en su obra. A ella esa calma parece que no le gustaba tanto, y en 1751 se hace amante de Friedrich Melchior von Grimm (Grimm para los amigos), un escritor alemán afincado en Francia, muy amigo de Diderot y de otros enciclopedistas, que le había presentado el propio Rousseau, que ya en esa época la estaba “descuidando” un poco, aunque cuando se enteró de la infidelidad (se ve que ni comía ni dejaba comer), se bate en duelo con Friedrich.
En 1754 ella empieza a dedicarse a la escritura y a la educación de sus dos hijos, escapa de su retiro y vuelve a la vida en sociedad. Entre 1759 y 1757 se va a vivir a Ginebra, a casa de Voltaire. Más tarde vuelve a París y continúa su relación con Grimm.
Hasta su partida para Ginebra en 1757, se deja dirigir voluntariamente tanto en su vida privada como en su actividad cultural. Estos años de aprendizaje llegan a su fin en el período ginebrino. Grimm le enseña el arte de la escritura. Ella le dedica un pequeño con el título de "Tyran le Blanc", que prueba la influencia que él ejercía sobre ella y demuestra el sentido del humor de Louise:
...¡oh, de los tiranos el más tirano!
Usted quiere que yo versifique;
Usted le da órdenes a mi genio...
Primero pide una comedia,
Luego un retrato, luego un discurso
Sobre las gracias, sobre los amores;
Una novela, una historieta,
Unos versos de salón, una letrilla...
Por supuesto, sentado en una silla,
Usted ordenará cómodamente,
Sin tolerar que se diga nones.
Pero ¿dígame qué manía?
Le ha dado de querer sin piedad
Guindar mi estilo descuidado?...
Cuando nota que ya está preparada, Louise se da cuenta que si quiere ser independiente se tiene que dedicar a la escritura. Escribe una gran novela autobiográfica, porque piensa que su historia representa a muchas mujeres de su época. En ella cuenta las humillaciones de su educación, de su matrimonio, de su vida como madre y amante, describe el banal destino de las mujeres de su tiempo y de su clase. También escribe unos ensayos cortos sobre la educación a modo de “Cartas” para su hijo. Esta vocación pedagógica la acompañará hasta su muerte.
Traza el modelo femenino de los siglos venideros: el de la madre todopoderosa. Defiende por primera vez los beneficios del amor materno y de una educación que concierne a las madres en vez de a las nodrizas. Concedió a las generaciones posteriores de mujeres un estatuto de valor, intensificado por un poder efectivo que hasta entonces nadie había creído necesario atribuirles.
Desde 1755, Grimm se dedica a realzar a Louise tanto en su Correspondance littéraire como por una "Carta a una dama seriamente ocupada en la educación de sus hijos", en la que hace un elogio ditirámbico de su compañera: "Madre tierna e ilustrada, capaz de hacer marchar por la misma línea el sentimiento y la razón". Ella publica en la Correspondance las diez cartas a su hijo, otra "A la gobernanta de mi hija", y sus versos a "Tyran le Blanc".
Grimm y Louise escriben juntos un extenso ensayo en La Correspondance sobre la condición femenina que comienza así: "Está de moda hablar mal de las mujeres. Pareciera que los hombres, en todas las épocas, hubieran querido vengarse a través de la maledicencia del imperio que ellas ejercen sobre ellos". Él ataca a Buffon, que sostenía que la copulación es el único acto natural entre el hombre y la mujer, y a Rousseau, que opinaba que la mujer era inferior al hombre y debía por tanto obedecerlo, lo cual es "contrario a la razón e indigno del defensor de la igualdad de todas las condiciones". Ella evoca el destino de las mujeres, exiliadas de la casa paterna, educadas en conventos, sin instrucción ni moral firme, y describe a las jóvenes que, cuando salen del convento, son arrojadas a los brazos de un desconocido y unidas a él por los lazos indisolubles del matrimonio: "Los tiernos y sagrados deberes del himeneo se convierten de esa manera, por la tiranía de nuestras costumbres, en ultrajes al pudor; y la víctima es inmolada a los deseos del hombre". También describe los peligros que acechan a la desdichada que es ignorante en la sociedad a la que pertenece. El ensayo concluye diciendo que las mujeres, guiadas por el sentimiento, son mejores que los hombres.
Hasta su muerte, madame D’Épinay medita sobre la naturaleza y la condición femeninas. En 1772 hay un gran debate que opondrá a Diderot y a Thomas sobre la cuestión de la mujer, y ella toma una postura contraria a las opiniones reinantes. Diderot considera que la mujer se deja guiar por su útero, y ella le contesta que ésta es ante todo un ser racional, denunciando la equivocación, común a los dos hombres, por la que "siguen atribuyendo a la naturaleza aquello que, evidentemente, nos viene de la educación o de la institución". Opina que hombres y mujeres son de la misma naturaleza: "Incluso la debilidad de nuestros órganos pertenece, ciertamente, a nuestra educación [...]. La prueba es que las mujeres salvajes son tan robustas y ágiles como los hombres", los dos sexos son susceptibles de las mismas virtudes y de los mismos vicios: la fuerza física, el coraje y la capacidad intelectual serían idénticos en ambos, si la sociedad y la educación no se dedicaran a diferenciarlos. Piensa que la condición de las mujeres puede cambiarse, únicamente se necesitarían "varias generaciones para volver a ser tal como la naturaleza nos hizo".
Muy adelantada para su tiempo, aunque presa de los prejuicios de la época, creía que una mujer no debía mantener una polémica pública, por lo que fue necesario esperar dos siglos para que se descubriera la extrema modernidad de su pensamiento.
Cansada de la vida en París, se retiró al valle de Monmorency, donde pasó la mayor parte del resto de su vida en una pequeña villa junto al castillo de La Chevrette.